Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
En primer lugar, quede claro que creo contarme entre los millones de españoles que no teníamos ni idea de los comportamientos machistas y violentos de Íñigo Errejón. Por lo tanto, no comparto esa afirmación que se está extendiendo de que “todos lo sabían”. Eso supondría la existencia de un extensísimo número de cómplices por omisión y el encubrimiento nacional de este digamos “delincuente confeso”. Más bien puede ser que muchos no quieran confesar que no siempre están en el ajo de todo.
Otra cosa es que ese conocimiento de los hechos denunciados y ya judicializados sí lo tuviera, como parece más que probable, la dirección y una parte de la militancia ‘destacada’ del movimiento, partido o lo que sea, Sumar, o al menos el sector madrileño, es decir el cogollo del poder partidario y por lógica su máximo exponente, Yolanda Díaz. La vicepresidenta del Gobierno, además, nombró personalmente al ahora dimitido líder de Más Madrid como portavoz de Sumar en el Congreso, es decir en la imagen y el representante de todos ellos, por lo que su responsabilidad es máxima en este caso.
A Errejón, después de su marcha, y a la espera de su juicio y posible condena, no se le puede exigir más políticamente. En su mínimo haber en este asunto anotémosle que al menos se ha ido rápido y reconociendo su culpabilidad, gestos no tan comunes en otros casos, pese a su delirante carta de despedida. Pero a toda la cúpula del movimiento creado por Díaz hay que pedirle algo más, mucho más, un gesto acorde con la magnitud del proyecto que emprendieron, según decían, para cambiar este país. Y ese gesto es la dimisión de todos ante el escándalo que supone haber dado entrada, un puesto preeminente y quién sabe si encubrimiento en su formación al autor confeso de un delito contra uno de los puntos cardinales de su proyecto: la igualdad y el feminismo.
Ni siquiera la ignorancia exculparía a los dirigentes de la obligación de marcharse. Las responsabilidades penales seguramente no les rocen, pero las políticas las tienen todas, clara y rotundamente. Fueron los precursores de todo esto, aquellos ciudadanos del 15-M, los que acuñaron la ingeniosa frase “Dimitir no es un nombre ruso”. Algunos de los hijos políticos de aquel movimiento social están ahora en el ojo del huracán. Demuestren pues que las ideas que merecen la pena no se pueden quedar en un simple eslogan molón.
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