La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
De poco un todo
NO se pierdan la película El discurso del rey, dirigida por Tom Hooper. Con esta frase, si me hicieran caso, bastaría por hoy. Pero como el peso de mi autoridad no es suficiente como para dar consejos de sólo una frase, intentaré desgranar mis razones, poniendo todo el cuidado en no reventar el argumento.
La película está muy bien hecha, desde luego. Los actores son, como ingleses, impecables, los escenarios, el ritmo, la leve banda sonora... La técnica es la base de una obra de arte, sus cimientos. Pero lo importante es el vuelo.
Y la lección clave de esta película es, naturalmente, moral. Viene a decirnos que el vencimiento de una pequeña limitación, física o psíquica, tiene un gran valor. Esto es muy meritorio, porque en el caso concreto que se nos narra, el hecho tiene consecuencias políticas e históricas, pero el director consigue transmitirnos, con imperceptible sutileza, que el meollo heroico del asunto está, más bien, en la superación personal. Se sale del cine deseando echarte a la cara algún defecto o vicio propio para doblegarlo por fin de una vez.
Otro acierto de Tom Hooper es el discreto pero esencial papel que le da a Shakespeare en su película. En eso también son únicos los ingleses. Siente uno envidia al ver cómo veneran a su mayor escritor, y desolación de cómo tenemos aquí a Cervantes, dejado de la mano de Dios. Pero no es sólo una cuestión de veneración por sus clásicos. La alada presencia de Shakespeare sirve para engrandecer y subrayar la tragedia que late en la historia, tanto en su vertiente histórica como en la más psicológica, e incluso en la lingüística. Shakespeare le ha echado literalmente una mano a Hooper. Listo que ha sido, porque buena parte de la inteligencia es saber escoger a los mejores colaboradores.
Finalmente, hay otros dos motivos para que yo haya disfrutado esta película hasta el extremo de posponer hasta el miércoles el artículo que tenía pensado, y colar esta ferviente recomendación cinéfila. El primero es, quizá, muy personal. Resulta que durante buena parte de la historia, Gilbert K. Chesterton estaba viviendo allí (murió en 1936) y ejerciendo el periodismo. No podía dejar de preguntarme qué diría y pensaría mi admiradísimo escritor de aquellos acontecimientos que con tanto realismo estábamos viendo en la pantalla. En cualquier momento, suspiraba, aparecería la figura inmensa y redonda de Chesterton tras una esquina. Y creí verlo, de pronto, en las menciones que se hacen en la película "al hombre común", una de sus ideas madres.
Por último, me preguntaba: qué dirán y pensarán en nuestra familia real y en la inglesa de ahora al ver esta película. Puede que no les guste tanto como a sus súbditos. Trata de hechos que ocurrieron hace relativamente poco, pero qué de cambios, ¿verdad? Creo que el contraste le da un último toque a El discurso del rey. Un toque melancólico o, incluso, amargo.
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