Con la venia
Fernando Santiago
Quitapelusas
En tránsito
En una de las novelas de Jeeves (aquí no tuvimos la suerte de ver las adaptaciones televisivas que hicieron los enormes Stephen Fry y Hugh Laurie), el mayordomo Jeeves entra con el desayuno en el cuarto de su señor, el tarambana de Bertie Wooster. La hora –suponemos– debe de ser alrededor del mediodía, ya que Bertie Wooster vive de rentas y no tiene absolutamente nada que hacer. “¿Cómo está hoy el tiempo?”, pregunta el señorito, por decir algo. “Extraordinariamente benigno”, contesta el mayordomo. “¿Y qué noticias trae el periódico, Jeeves?” “Ligeros disturbios en los Balcanes, señor. Aparte de eso, nada”.
Más o menos, eso es lo que podríamos decir también hoy, cuando el tiempo es extraordinariamente benigno –aunque muy caluroso–, y apenas hay noticias aparte de los resultados de las pruebas olímpicas en París. Pero de repente se ha colado una noticia que no ha despertado mucho interés entre nosotros, pero que me temo va a tener consecuencias muy serias en el futuro. Me refiero a los disturbios –nada ligeros, sino muy graves– que han tenido lugar estos días en distintos lugares del Reino Unido (y digo Reino Unido, y no Gran Bretaña, porque también han afectado a la ciudad de Belfast, en Irlanda del Norte). Durante una semana, tras el apuñalamiento de tres niñas por parte de un joven perteneciente a una familia de refugiados ruandeses, ha habido violentos enfrentamientos con la Policía y asaltos a mezquitas y a hoteles destinados a acoger inmigrantes y refugiados. Y lo peor de todo han sido las batallas campales entre grupos organizados de extrema derecha y bandas de musulmanes uniformados de negro, al estilo de Hamas, que intentaban defender sus mezquitas. Insisto en que se ha hablado muy poco de esos disturbios –como si fueran los “lejanos disturbios en los Balcanes” del mayordomo Jeeves–, pero anuncian un futuro muy sombrío en los países donde hay grandes comunidades de inmigrantes musulmanes que conviven de forma precaria con los autóctonos de clase baja que también viven de subsidios y de ayudas públicas y que se dejan engañar por la propaganda malintencionada que circula por las redes (y que, todo hay que decirlo, se han hartado de la política informativa que oculta sistemáticamente la identidad de los delincuentes cuando se trata de inmigrantes). Sí, la cosa pinta fea. Muy fea.
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