Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Su propio afán
Para leer este artículo usted debe pertenecer a uno de estos dos grupos. 1) Ya ha ido a ver la película Encanto de Disney. O 2) ni ha ido a verla ni piensa. En caso contrario, no lea. Voy a contarla y no querría reventársela a nadie.
Fui llevado a rastras por mi hija, que la había visto el día anterior con una amiga y sus padres. Cuando salimos, orgullosa de que le agradeciese tanto su recomendación (imposición), añadió: "Y ahora puedes contarlo en un artículo". Darme temas de artículo se ha convertido en una de las principales preocupaciones de mis hijos. Enrique me había pedido hace poco uno titulado "Tonto el que lo lea", y me pareció mal seguirle el rollo al hijo malote y no el buen rollo a la hija encanto.
Es bonito ver que la película está ambientada en Colombia, razón por la cual, amén de buena música, la familia tiene un papel protagonista. La familia se apellida Madrigal, lo que evoca altas torres. Yo, español de ambos hemisferios, que llevo como una carta de ciudadanía ultramarina mi condición de académico de la Hispano Americana, aplaudo que los guionistas de Disney asocien indisolublemente lo hispano a lo familiar.
La película pone el acento en el matriarcado. Los hombres o ya no están (¡pero muertos o desaparecidos en acto de servicio, menos mal!) o son más inútiles. Como eso está hecho sin rabia, no repele. Al revés, se entiende: ellas, primero. Y ni eso, porque lo primero es la familia.
Con otra vuelta de tuerca muy fina. Viven en un mundo rural, coetáneo de Macondo tal vez y con mucho realismo mágico, pero hay una crítica estrictamente contemporánea. El peligro que se cierne sobre los Madrigal, que tienen unos dones milagrosos, es que valoren éstos por el prestigio social, por utilitarismo, por su rentabilidad o, incluso, por la pura diversión, como un parque de atracciones. Nada de lo cual extraña hoy a nadie.
Pero la protagonista, con un precioso nombre parlante: Mirabel, sabe observar, en principio en carne propia porque ella es la única miembro de la familia sin don, luego en los demás, que la familia se ha olvidado de valorarse (amarse) por el mero hecho de ser. Y sin eso una familia va dejando de serlo. Los dones son adornos. Lo esencial es el asombro y el agradecimiento por haber nacido. Al final -prometí spoiler y hay que cumplir- los dones seguirán estando bien, pero en segundo lugar. Mi hija tiene un don: el de darme consejos excelentes.
También te puede interesar
Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
El microscopio
Un lío de nombres
Su propio afán
Ninguna burla
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Nuestro maravilloso Elon