Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
ME preguntan, dubitativos, si he empezado a leer ya El gran libro de los hombres, aquel manual de buenas maneras y elegancia que conté me habían regalado. La duda ofende: lo terminé. Mis interlocutores, por lo visto, no lo notan. Bueno. Leyéndolo me lo he pasado muy bien, y eso también cuenta. No sólo de autoayuda vive la literatura, ni mucho menos.
Los autores, el matrimonio McKey e Ignacio Peyró, han sabido enfocar el tema. Ya no se puede hablar de buenas maneras demasiado en serio si no quieres que te linchen por reaccionario. El único modo es refugiándose en el escondrijo casi invulnerable de la ironía. Ellos, desde allí, te explican, muy serios, los distintos nudos de corbata con sus ventajas e inconvenientes, y las mejores maneras de combinar el pañuelo con el color de la camisa. Yo me he hecho un esquema.
También enseñan técnicas de lucha y defensa personal. Se están poniendo las cosas de tal manera que me parece uno de los capítulos más necesarios para un caballero. Las buenas maneras provocan una incomprensible hostilidad o, como mínimo, una incómoda tendencia al abuso. En cambio, las técnicas para ayudar en un parto me las he saltado, a ver si así, en plan avestruz, no las necesito nunca.
Bromas incluidas, el hecho de que se escriba un libro que ayude a los hombres a encontrar su lugar en el mundo y que retome, como quien no quiere la cosa, las viejas maneras y las actualice no es un detalle sociológico menor. A comienzos del siglo XXI urge una redefinición de los sexos y de sus papeles. Eso es imprescindible y no se puede dejar en manos de los fanáticos de la ideología de género, como se hace por ignorancia de unos y miedo de otros. Con mejor humor y con más sentido común, desde posiciones más serenas y dispuestas a conservar lo mucho bueno de la experiencia de los siglos, conviene pensar cómo nos vamos a comportar y qué se debe esperar de compañeros, amigos y amantes.
El hecho de que se haya publicado El gran libro de los hombres y no El gran libro de las mujeres sugiere que nosotros, más perdidos ante el empuje de las féminas, necesitamos el repaso. No niego yo que nos haga falta un repaso con urgencia, o dos, y de hecho me ha sorprendido, leyendo el libro, la cantidad de delicadezas de toda la vida que desconocía o que había arrumbado, cómodamente, en el diván de los recuerdos. Pero tengo la impresión de que a ellas tampoco les vendría mal un libro por el estilo, no a mi mujer, no, no, Dios me libre, sino más en general. Lo difícil es que hoy por hoy con los hombres las bromas están más o menos bien vistas. Para lo otro, habría que ser un mártir.
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