E uropa a solas

Confabulario

05 de marzo 2025 - 03:04

Poco después de la deliberada hostilidad con que se recibió al señor Zelenski en la Casa Blanca –no faltó ni el comentario chusco de un periodista sobre su indumentaria–, nos encontramos con que la señora Von der Leyen propone movilizar 800.000 millones de euros para defender a la Unión Europea. Esto ocurre, oh casualidad, al tiempo en que el señor Trump ha dado orden de congelar la ayuda a Ucrania. De lo cual cabe deducir que acaso este era el fin último perseguido por el presidente USA. O al menos una de sus intenciones: dedicar los recursos a su disposición en otros asuntos distintos de la defensa europea. Por ejemplo, en entorpecer y retrasar una probable supremacía china.

Desde luego, 800.000 millones no parece una cifra muy abultada (menos de cincuenta veces la deuda catalana que quiere condonar la señora Montero). Pero es una cantidad respetable, en cualquier caso, que pudiera servir para subrayar un hecho, llamémosle novedoso: Europa se halla a sus propias expensas para defenderse de la agresión rusa. Defensa que podría empezar, por ejemplo, dejando de comprar gas a Rusia y retomando la energía nuclear, más limpia, segura y abundante que las energías fósiles, y que hoy se hallan en inoportuno desmantelamiento en toda Europa, como bien saben los ciudadanos alemanes. Pero volviendo a la cuestión principal, el hecho es que nos hemos quedado solitos; y parece poco productivo criticar al antiguo aliado trasatlántico por haber variado sus intereses estratégicos. Es Europa quien debe decidir si quiere defenderse o no; y si está dispuesta a entregar una parte de Ucrania como señuelo de una paz injuriosa, frágil e inestable. Quitando la notable carcasa de grosería extemporánea que la recubre, la política exterior de EEUU parece destinada –con cierta urgencia– a sofocar otros fuegos y a combatir nuevos peligros cuya escenario ya no es Europa, a pesar de que las cicatrices del viejo muro aún se trasluzcan, de modo determinante, en las elecciones alemanas.

Si nos ponemos algo solemnes y aprehensivos, podríamos acudir a los versos fúnebres de Bécquer (“¡Dios mío, que solos / se quedan los muertos”); o a aquellos otros de Alberti dictados por el exilio americano: “¡Qué solo estoy a veces, oh qué solo;/ y hasta qué pobre y triste y olvidado!”. Pero ninguna de estas citas es oportuna. A pesar del carácter demoníaco de la escena, es Marcos el evangelista quien da una definición exacta de la encrucijada europea: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”.

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