Enrique / García / Máiquez /

El ébola y nosotros

De poco un todo

28 de septiembre 2014 - 01:00

LOS amigos nos permiten enorgullecernos de lo que no hicimos ni haremos ni podríamos hacer. Son una expansión maravillosa, gratuita, inmerecida del yo. Yo tengo una amiga que ha sido voluntaria de una ONG en Sierra Leona hasta hace unas semanas; y sigue siéndolo, ella evacuada, pero no su corazón.

En España está espantada de la poca atención que prestamos al problema gravísimo del ébola. No podía imaginarse este silencio. El espacio que ocupa en los medios Artur Mas debe de parecerle de un provincianismo extremo, aunque no quise preguntarle, por no ahondar en la herida ni regodearme en nuestra pequeñez. Me dijo que tenía que pedirme un favor, y el favor era que hablase en esta columna de la enfermedad y de la terrible situación que están viviendo en África, del riesgo de los misioneros y voluntarios, de las condiciones de los enfermos, del peligro de toda la población. Como suele ocurrir, el favor me lo hacía ella, le aseguré, pues se trata de una reflexión necesaria.

Es cierto que la repatriación y muerte del hermano García Viejo, infectado, hace que hablemos algo más del ébola, por cierta solidaridad nacional. Pero es poco y durante unos días nada más y por razones personales o comunitarias. Del problema en toda su dimensión no se nos informa apenas. Ni siquiera el egoísmo puede explicar el poco caso que se le hace a esta enfermedad. La ONU la considera como extremadamente peligrosa. Podríamos estar, al menos, alarmados por el riesgo para nuestra salud. Pero ni eso.

El silencio o el semi silencio sólo puede explicarse por nuestra constitutiva ceguera para la pobreza. No se trata de África solamente. En nuestras propias calles no somos capaces de ver a los mendigos. Los pobres vergonzantes cuentan con nuestra innata colaboración inconsciente para que su situación nos pase desapercibida. Si la epidemia hubiese estallado en países más ricos, otra sería, indudablemente, la cobertura mediática. Teniendo en cuenta las dimensiones y los riesgos de la epidemia, estamos ante una prueba evidente de cómo esa ceguera para la pobreza puede terminar volviéndose contra nosotros.

Pero tampoco bastaría con un interés temeroso y egoísta, siempre alicorto y miserable. Hemos de hacer un esfuerzo por informarnos como paso previo para la inmediata solidaridad, esto es, para dar nosotros y para exigir a nuestros gobiernos una ayuda más franca, más eficaz, más rápida y directa.

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