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Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Yalta
Gafas de cerca
La desesperanza en el acceso a la vivienda se ha erigido como el mayor problema nacional. Hace cinco años no lo era ni para el 1% de los españoles. Ahora lo es para un 30%. La inflación es una de las causas de la impotencia adquisitiva del españolito, porque hablamos de las clases bajas y medias: en la vivienda de lujo es eficaz el ajuste entre su oferta y su demanda. Un par de magnitudes tan irrompible como mal avenida, como sucedía con Los Roper. Recordarán algunos la totémica serie británica que hizo furor en la España de la Transición. La semana pasada murió el genial George, marido de Mildred. (Era obligado mencionarlo con cualquier excusa. Un McGuffin de humilde plumilla).
Recordaba un amigo por el deceso de este personaje: “Mildred, ¿has visto mi patito de goma?”. Pues reencontremos al patito de goma, en el caso de hoy la impotencia insuperable de millones de españoles en edad de merecer casa. No es un mercado cualquiera, es de un bien de primera necesidad. Es alucinante la cantidad de jóvenes cuya esperanza de adquirir una vivienda propia es hacerlo mortis causa. Los alquileres no están tampoco al nivel de ingresos, sino muy por arriba, casi en el más allá. En esto –y en aquello– cuenta mucho el turismo, ese gran invento que hoy es el vellocino de oro, un ídolo. Habrá usted oído sentenciar “pues no sé de qué vais a vivir sino del turismo”. Cómo nos hemos dado cuenta tan tarde, ¿de qué viviríamos antes?
Ya la vivienda es la estrella, y tendrá mucho protagonismo en las elecciones por venir. Las posiciones políticas ostentan discrepancias de principio: por ejemplo, Sumar tiene un caldero de votos entre la gente económica y urbanísticamente periférica... aunque, ay, el bajo nivel de renta significa mayor abstención. Mientras que para la derecha moderada la “vivienda social” –la financiada con impuestos y gasto público a cascoporro– no es prioritaria, para la izquierda más esencial sí lo es. El metro cuadrado inaccesible tiene mucho que ver con el apetito de inversores nacionales y foráneos, más el de los foráneos del turismo de dos o tres noches, y también el de los guiris fijos en busca de la vitamina D que provee el sol. Esta vitamina está en auge, de la mano del inusitado interés nutricionista, con el que surgen fórmulas magistrales de expertos de ley o de plástico, otra tropa inflacionaria: “Evite el cáncer de farandulillos ingiriendo cada mañana estos tres alimentos”, y te pastorea a una página de marras entre los anuncios un rato hasta que hallas el santo grial de tu dieta. (Otro McGuffin de andar por casa. ¡Ah, la casa!)
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