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Notas al margen
David Fernández
Llanto por la falta de viviendas
Postdata
Tomo el título de un libro de la escritora alemana Carolin Emcke, al que después me referiré, en el que defiende la diferencia como garantía de la libertad individual. Partamos de una afirmación bíblica: Todos somos como gente impura, dice Isaías (Is. 64:6). Sin duda. Y por ello ha sido una constante histórica la búsqueda de la pureza. Pero frecuentemente malentendida, ya sea moral, de sangre, idiomática, ideológica, de raza o de cualquier otra índole, ha cimentado grupos estancos y ultraortodoxos a los que no les ha faltado jamás una coartada ética, intelectual e incluso científica para imponer una permanente inquisición contra los considerados impuros.
No faltan ejemplos en el tiempo que nos toca vivir. En nuestras sociedades originariamente liberales proliferan hoy movimientos populistas, nacionalismos nostálgicos y hasta un nuevo puritanismo woke que se atribuye la facultad de inspeccionar sin respiro nuestras conductas y pensamientos. Es común a los fanatismos contemporáneos, razona Emcke, el rodearse de dogmas que incitan al odio y lo justifican. Todas estas doctrinas que ahora despuntan, colocan en su núcleo una teórica pureza que activa un mecanismo iliberal de inclusión y exclusión, tan arbitrario como premeditado. Construyen, así, un discurso falaz y violento que disgrega mucho más que une.
Señala el periodista Pablo Blázquez que, frente a la impostura y la sobreactuación de la pureza, debería inspirarnos más confianza el mestizaje de las personas, de las ideas, de los hábitos, de las palabras. En esa línea, la polarización es, pues, una gigantesca estupidez, un artilugio maldito, que oculta interesadamente la complejidad y la diversidad de un mundo polícromo y heterogéneo.
Frente a la simplificación artera de los ideólogos fanáticos no podemos oponer otra simplificación del mismo signo. “Es absurdo –argumenta Emcke– enfrentarse al rigorismo con rigorismo, a los fanáticos, con fanatismo, a los que odian, con odio”. La antidemocracia sólo se combate democráticamente y no cediendo valores como la laicidad, la modernidad o la pluralidad. Hay que desmontar individual y colectivamente los argumentos “puros” que invisibilizan y proscriben. Es en ese sentido –dejo otras purezas a la conciencia de cada cual– en el que lo impuro, como mixtura que incorpora, como argamasa que armoniza lo distinto, es elogiable y constituye la pieza clave de una comunidad tolerante, transitiva y vivible.
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