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Su propio afán
Leo con asombro y entusiasmo el Diario de José María Souvirón (Málaga, 1904-1973), publicado por el Centro Cultural Generación del 27 al cuidado de Javier La Beira y Daniel Ramos. Allí cuenta una anécdota que adquiere condición de categoría y que, además, es divertida.
En Chile, Souvirón trató al poeta Vicente Huidobro, que vivía con Jimena Amunátegui, bellísima muchacha de buena familia mucho más joven que él, con la que se había fugado a París, abandonando a su mujer y a sus hijos. O sea, lo bohemio y consuetudinario. Habían tenido un niño al que habían puesto Wladimiro, “por Lenin, en un rapto de novedad”, apunta el malagueño con guasa. Apareció entonces el joven poeta argentino Godofredo Iommi, que reverenciaba al maestro, pero, como se vio luego, reverenciaba más a Jimena.
Se enamoraron. Como Jimena no estaba casada y Godo (como le llamaban) era un ferviente católico, la fuga fue peculiar. Se casaron un día por sorpresa por la Iglesia. Habían vivido un romance con “caracteres de legitimidad indudable y de pureza”, apunta Souvirón. Lo que no impidió que fuese un gran “escándalo al revés” en la sociedad chilena. Con el tiempo, tuvieron seis u ocho hijos, esos rebeldes, y cuidaron además de Wladimiro. Huidobro, que perpetró el manifiesto surrealista “Non serviam” con su guiño luciferino y todo, y que se fugó con la joven, se encontró, de golpe y porrazo, en el deslucido papel de respetable burlado contra todo pronóstico. Este destino aguarda a las vanguardias.
Es la categoría. La sufrió Chesterton cuando publicó un libro titulado Ortodoxia y fue condenado por hereje por la sociedad literaria inglesa. Concluyó que «el acto de defender cualquiera de las virtudes cardinales posee hoy toda la hilaridad de un vicio». Es hilarante, sí, pero no es broma. Borges vio cómo se invertía la tradición, erigida por Swift, Gibbon y Voltaire, de reírse de la Iglesia para volverla boca abajo. De un tiempo a esta parte, los únicos escándalos posibles son los del orden, como el de Jimena y Godo, esto es, al revés.
Tomemos la lección. No nos toca escandalizarnos, sino escandalizar. La risa debe estar de nuestro lado, porque la respetabilidad es ahora socialdemócrata. Sus puyas no entrañan riesgo y, por tanto, no tienen gracia. No olvidemos que nos ha tocado el lado más peligroso y, en consecuencia, el más divertido. Que digan ellos: “Huy, huy…, lo que ha dicho; huy, huy…, lo que ha hecho”.
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