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La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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En la actualidad las críticas más feroces resbalan sobre la gente, ya atiborrada. Esta impermeabilidad irrita a los críticos, que atacan más, con lo que la indiferencia se acrecienta. Se vuelve un círculo vicioso. O virtuoso, según se mire. Pasa en la política y pasa con la última oleada de noticias, documentales, libros y extraños movimientos en la sombra contra el Opus Dei. Mucho ruido que apenas ha afectado al ánimo de los miembros y amigos de la Prelatura. Lo constato desde dentro. Y recuerdo bien la desazón que produjeron antaño otras campañas de mucha menos intensidad. Como el latín es muy nuestro, me digo: O tempora, o mores…
Y pensaba pasar, hasta que alguien ha preguntado por qué el Opus Dei concitará tantas críticas. Como hay respuestas muy naífs, daré cinco razones. La primera, por supuesto, es que no vamos a ser los discípulos más que el Maestro.
La segunda: el sello o escudo del Opus Dei es la cruz dentro de la esfera del mundo. La opción benedictina, tan bendita como es, no es la nuestra. Ni nos encerramos en conventos ni nos cerramos en cenáculos. Lo nuestro es el fragor. Y ya en el mundo, el roce hace el cariño… o no. El roce también escuece, porque los negocios y los trabajos, los pleitos y la política son muy tensos. En tercer lugar, en concreto la Obra es un agente de la batalla cultural muy presente en la educación católica, con colegios y universidades que han formado a muchos cristianos que son del Opus Dei y a muchos más que no lo son, pero que ahí están en lo suyo, excelentemente. Cualquiera que sueñe con echar al cristianismo de la vida pública tiene motivos para pegarle un empellón.
En cuarto lugar, el Opus Dei es poquísimo partidario de los experimentos teológicos. Eso no gusta a los innovadores. Y a los clericales escama la asombrosa libertad de opinión y de acción que gozamos sus miembros laicos. En quinto lugar, sí, ay, la vocación al Opus Dei es muy intensa, de modo que cuando alguien lo deja no es como el que se da de baja de un club o una cofradía. Ambas partes sufren casi como en una ruptura sentimental. Los que tenemos un matrimonio feliz, sólo podemos ser delicados y comprender las heridas y los reproches, que sanarán.
De este arreón se sacarán, como de todos, lecciones, pero la imprescindible es darnos cuenta de que los escándalos ya no son lo que eran; y que cada vez más la gente va a su bola, a Dios rogando y con el mazo dando.
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