La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
De poco un todo
HAY un topo literario que podríamos llamar Menosprecio de Prensa. Lo han practicado autores muy queridos por mí: Kierkegaard, Baudelaire, Bloy, T. S. Eliot, E. M. Cioran, N. Gómez Dávila… Arranca en el XIX como reacción al auge de los periódicos entre el público. Inesperadamente, se une al coro Hegel, que diagnostica que hombre moderno es el que sustituye sus oraciones de la mañana por la lectura atenta de los diarios.
Yo, tan columnista, asentía a esas críticas, sí, pero cum grano salis. Sin descartar unos justificados e inconscientes celos profesionales, veía en ellas sobre todo un necesario y justo llamamiento de atención a la jerarquía de saberes y conocimientos. Muy claro lo deja Bloy, que, cuando quería saber qué pasaba de verdad, leía, en vez de los titulares, a san Pablo; o el analítico T. S. Eliot, que se preguntaba adónde había ido a parar la sabiduría que habíamos perdido con tanto conocimiento y adónde el conocimiento que perdíamos con tanta información.
Sin embargo, en los últimos tiempos siento al acercarme a las noticias el espasmo de asco que describía o Nicolás Gómez Dávila o Cioran. Y he empezado a pensar que quizá mis maestros se referían, no tanto a los medios de comunicación, como a las noticias que éstos traen de la repugnante marcha del mundo. Protestar entonces de los medios equivaldría de algún modo a tomarla con el mensajero.
Las informaciones de corrupción económica que nos rodean por todos lados del espectro institucional, político y sindical dan arcadas, ciertamente. Para colmo, vienen envueltas por la crisis económica y por las subidas impositivas para que paguemos nosotros los platos rotos. Detrás de muchas actitudes y comportamientos públicos, se percibe un hedor moral que echa para atrás. También contemplamos el abuso de poder, sus dos varas de medir: la de mando, tan suave y maleable, y la barra férrea para los ciudadanos de a pie. Revuelve el estómago.
Sin embargo, cuánto más sucio sea lo que transmiten los periódicos, más necesarios son. Comparten ellos destino con la fregona y la escoba, que, por muy estiradas que se pongan, hacen más falta cuanta más basura hay. Por su parte, la gran literatura -pienso en Shakespeare y sus cortes reales, en Cervantes y sus duques zafios- lo ha hecho siempre. Ha retratado el poder y su corrupción para que el hombre común supiese lo que tiene por arriba. Y sintiese un asco imprescindible.
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