Las estrellas dormidas

El mundo de ayer

07 de marzo 2025 - 03:03

Una noche de 1572, Tycho Brahe, el legendario y riquísimo astrónomo danés, se sorprendió al mirar hacia Casiopea. En el cielo, donde antes no había nada, había una luz. Ese puntito lejano, mudo pero lleno de palabras, contradecía la inmutabilidad del universo.

Aristóteles había dividido el cosmos en dos regiones: la sublunar, que es la nuestra, mudable e impura, y la supralunar, un tejido inalcanzable y eterno donde cada luz permanece fija, como una baliza blanca en la honda noche. La estrella nueva de Brahe, a la que llamó en latín Stella Nova, no parecía moverse, y eso indicaba que estaba demasiado lejos, más allá de la región sublunar, donde hay tiempo y movimiento y sueños mortales. Por si era poco, meses después, y después de irse apagando, la estrella se fue, tal como vino. Lo eterno no era eterno, lo lejano era más cercano a nosotros de lo que pensábamos.

Lo que Brahe no pudo saber y nosotros sí sabemos es que aquello era una supernova, la explosión tremenda de una vieja estrella, tan potente que fue visible en la Tierra a simple vista. No era la primera vez que los humanos registraron este fenómeno, pero sí es la primera vez que tratamos de interpretarlo con los ojos de la ciencia.

Me he acordado de esta historia porque tuve que esperar diez minutos al bus. Antes esa espera no permitía ni bajar la vista al libro sin pensar que el bus iba a aparecer y a pasar de largo. Mirábamos al fondo de la calle como quienes miraban al horizonte esperando la punta de un mástil. La esquina de la calle por la que el bus iba a asomar el morro cobraba un peso enorme, el aire se adensaba alrededor de esos metros cuadrados, como lo hace el familiar que aguarda en una sala de espera, clavando la vista en la puerta por la que aparecerá el cirujano.

Hoy el móvil nos dice lo que le queda al bus. Podemos pasear la mirada o fijarla en cualquier punto, sabiendo que disponemos de un tiempo en el que no hace falta hacer nada más que hacer nada. Y de este modo nosotros, que estamos cada vez más enfermos, porque la luz de nuestros ojos y de nuestra atención se apaga como una estrella moribunda, descubrimos un nuevo mundo, lleno de árboles, de personas que caminan, de pájaros que cruzan el cielo, de bloques que brillan con la luz naranja del sol, que siempre estuvo ahí y que no supimos ver, porque siempre tenemos otras cosas que mirar, aunque casi nunca miremos algo que importe.

Las paradas, con sus esperas inútiles, son templos indispensables. Acudan a ellas. Descubrirán que el mundo guarda en cada rincón infinitas estrellas.

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