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Cuando todo pase habrá que hace inventario, cuando Pedro Sánchez salga de la Moncloa tendremos que evaluar los daños provocados por una forma de entender la política, las instituciones y el ejercicio del poder. El problema será si hay daños irreversibles, inercias que se hayan convertido en costumbres, usos indebidos que hayan quedado normalizados y, por supuesto, jóvenes que hayan interiorizado comportamientos muy discutibles. El sanchismo ha estrenado muchas pautas, vivimos un mandato que es como un continuo viernes con novedades en la gran pantalla donde se proyecta el largometraje de la zozobrante gestión de España. El último gran estreno es que se mantenga en el puesto un fiscal general del Estado que se enfrenta a su inhabilitación por haber revelado conversaciones privadas entre el Ministerio Público y el abogado de un ciudadano, una conculcación de derechos en toda regla. El fiscal general del Estado no está para meterse a jugar a director de comunicación, periodista de parte, gurú que construye o rebate argumentarios o lacayo vocacional de los intereses del Gobierno. Cuando veníamos de los días en que el jefe del Ejecutivo despreció nada menos que al poder legislativo, sufrimos ahora una nueva superproducción: Álvaro García Ortiz que se atornilla en el sillón, que se comporta como un político mediocre criado en los aparatos del partido y que está dispuesto a someterse a un proceso en el que tendrá que ser interrogado por otro fiscal que es subordinado suyo. ¿Es o no es un estreno más? El rostro del tipo es de la dureza del material en el que usted está pensando. En su día estrenamos la ministra que pasó a fiscal general del Estado, el ministro que pasó al Tribunal Constitucional, el ministro que pasó a gobernador del Banco de España, el sociólogo que pasó de la ejecutiva del PSOE a dirigir el CIS, el diputado raso al que se confió la defensa de la posición del Grupo Socialista en la investidura de Feijóo, el ministro que se comporta en las redes sociales como un verdadero hooligan... La lista es interminable. Súmenle los casos de Begoña Gómez, Koldo y Delcy y tendremos para una serie de Netflix. Hemos visto tantos de estos particulares estrenos que hemos perdido la capacidad de sorpresa, hemos visto degradar tanto las instituciones que estamos preparados para la siguiente vuelta de tuerca con toda naturalidad. No podemos esperar nada serio, acaso que la oposición esté a la altura de unas circunstancias tan preocupantes y confiar en el poder judicial como el elemento corrector más eficaz. Y no solo habrá que evaluar el daño del sanchismo en la democracia española en general, sino en el PSOE en particular.
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