Los eternos ‘braghettone’

Quousque tandem

07 de abril 2025 - 03:05

Al pobre de Daniele da Volterra, a quien el papa Pío V le encargó cubrir las desnudeces del Juicio Final de Miguel Ángel, le llamaron Il Braghettone. A Dios gracias, la Iglesia rectificó y en la última restauración se retiraron casi todos los paños de pureza añadidos. Porque como escribió San Juan Pablo II en su bellísimo Tríptico romano al meditar sobre la Capilla Sixtina y la visión del Génesis: “Aquí, en esta capilla, Miguel Ángel la escribió no con palabra sino con riqueza de los colores acelajados”. Ahora, el Santuario de Lourdes oculta, con groseros paneles de aluminio, los mosaicos del ex jesuita Marko Rupnik, acusado en su día de abusos psicológicos, espirituales y físicos por algunas religiosas. Gravísimo delito, sin duda, que debió haber sido detectado y juzgado a tiempo –resultó prescrito–, pero que no debiera afectar a su obra.

Si filtramos moralmente la vida de los artistas para decidir si se puede exhibir o disfrutar su obra, mucho de nuestro patrimonio cultural acabaría en un vertedero y, a poco que fuéramos muy estrictos, terminaríamos deleitando el alma con museos vacíos, silenciosas salas de conciertos y anaqueles desnudos de libros. Igual es lo que se pretende. Esto es no es un ataque moralista de un obispo iluminado. Coincide con la Orden Ejecutiva del presidente Trump que delega en su vicepresidente la tarea de examinar y eliminar de todos los museos y centros de investigación del Instituto Smithsonian cualquier obra o proyecto que sea “inapropiado, divisivo o contrario a la ideología estadounidense”. Sea eso lo que sea. Lo peor de todo, es que esta oleada censora no es un ataque reaccionario al arte y a la libertad artística, sino el contraataque frente a idénticos comportamientos que la progresía mundial lleva practicando años. Eso que llaman wokismo. Sea el delirio de querer descolgar el Rapto de las Sabinas porque dicen que normaliza la violación, descolonizar los museos o cancelar artistas, vivos o muertos, en función de sus ideas.

El antiwokismo sólo es el wokismo de los otros. Recordemos que mientras Hitler prohibía lo que denominó “arte degenerado” apoyando su “arte heroico”, Stalin hacía igual censurando el “decadente arte burgués” y promoviendo el “realismo socialista”. Se sienten poseedores de la verdad, seres perfectos que nos toman por incapaces. Ya escribió W. H. Auden en su Epitafio sobre un tirano: “Lo que buscaba era, en cierto modo, la perfección”.

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