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Alto y claro
Podemos plantearlo con palabras más o menos solemnes y darle todas las vueltas y revueltas al análisis que queramos, pero lo que está haciendo Donald Trump en la primera fase de su retorno a la Presidencia se puede resumir en una frase: quiere darle un empujón a Europa para sacarla de la carretera. Pasos para ello están siendo, entre otros, el acercamiento a Putin o la absurda guerra comercial que ha emprendido. El objetivo es que la ya debilitada Europa quede fuera de cualquier capacidad de influencia y que él se pueda entender de tú a tú con Rusia y China en el diseño de un nuevo orden en el que los valores sean otros, muy diferentes a los que hasta ahora han regido los equilibrios internacionales, tanto los de seguridad como los puramente económicos.
En principio, podría pensarse que a Trump le convenía conservar a Europa dentro del ámbito de influencia militar de los Estados Unidos y como un mercado preferente para sus producciones, dado que el poder adquisitivo de los ciudadanos del continente sigue siendo, en términos medios, el más elevado del mundo. Pero estas consideraciones con el histriónico y primario inquilino del Despacho Oval no valen. A él le estorba Europa porque representa todo lo contrario del modelo que quiere implantar, en su propio país, por supuesto, pero también allá donde puedan llegar sus ansias expansionistas. Europa molesta porque, mal que bien, sigue defendiendo valores políticos, sociales y económicos que se basan en el humanismo y la democracia. Puede sonar grandilocuente, pero es lo que hay. En el mundo que viene sobra la sociedad que se alumbró tras las dos guerras mundiales y el triunfo occidental en la guerra fría.
El que quiere construir Trump, junto con los gigantes tecnológicos como Elon Musk y políticos todavía con menos escrúpulos que él, como J.D. Vance, sería muy diferente. En él los aliados naturales, o eventualmente rivales, de Washington no van a estar en Bruselas, Londres o París, sino en Moscú y Pekín. Y sería un mundo iliberal en el que las reglas de la democracia van a ser sustituidas por las de la fuerza bruta y el dinero y en el que la libertad sería vista como una rémora.
Es lo que se está planteando delante de nuestros ojos. Cuanto antes los europeos tomemos conciencia de que estorbamos en ese mundo deshumanizado que se prepara, antes podremos poner en marcha los instrumentos necesarios para seguir siendo y no dejarnos arrasar. Por duro que pueda resultar incluso pensarlo.
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