La Rayuela
Lola Quero
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LA imagen que acompaña este artículo es la del único negativo fotográfico sobre papel con una imagen de Cádiz que se conoce, realizado en el siglo XIX con el procedimiento del calotipo. Una pieza de singular importancia no solo para la historia de la fotografía en Cádiz, sino para la historia de la fotografía española en general, dado el escaso número de fotografías que se realizaron por este procedimiento en España y el aún mucho menor de negativos que, por excepcionales circunstancias, han llegado hasta nosotros. Dicho negativo, después de estar en Francia, a donde lo trasladó su autor el fotógrafo Louis De Clercq en 1861, pasó a los Estados Unidos y desde allí, afortunadamente, regresó a nuestro país formando parte actualmente de la magnífica colección del historiador de la imagen Carlos Sánchez, de Granada. De las varias copias en positivo conocidas, obtenidas en su día desde este negativo, en España hay una en la fototeca de la Universidad de Navarra.
Pero sería difícil valorar esta pieza sin conocer su verdadera naturaleza, su posición en la historia de la fotografía, las circunstancias que rodearon su ejecución y al autor de la fotografía.
El inglés Fox Talbot, considerado uno de los 'padres de la fotografía', en 1841 consiguió establecer y patentar un procedimiento con el que conseguía fijar y multiplicar, sobre papel, las imágenes obtenidas con la cámara oscura.
Dicho procedimiento, al que denominó calotipo (del griego kalos, bello, y typos, esbozo), consistía, básicamente, en hacer traslúcida una hoja de papel (bañándola en una solución salina) e impregnar una de sus caras con sales de plata para hacerla fotosensible. Hoja que se ponía en el fondo de la cámara para que, al destapar el objetivo, retuviera la imagen del exterior que sobre ella se proyectara; aunque la imagen que se registraba era extremadamente tenue y en negativo (invirtiendo las zonas de luz y sombra). A continuación, a esta imagen latente se la sometía a unos procesos químicos mediante los cuales la imagen se intensificaba (se 'revelaba') y se fijaba, terminando el proceso con el limpiado y secado de la hoja de papel, ahora convertida en negativo estable y duradero.
Como para que la imagen se impresionase en el negativo se necesitaba un dilatado tiempo de exposición, todos los entes que estaban en movimiento no se registraban con nitidez y las nubes del cielo solo dejaban manchas. Para eliminar esta última circunstancia, y sus posteriores efectos en el positivo, la zona del cielo del negativo se cubría con un negro uniforme (máscara), retocándose igualmente de negro, a pincel, el perfil de las imágenes (reserva).
Desde este negativo, se podía obtener un número ilimitado de copias también sobre papel, con la imagen en positivo. Para ello, se sensibilizaba en un baño de sales de plata otra hoja de papel, se secaba y se ponía debajo de la hoja del negativo, exponiéndolas pegadas, una bajo la otra, a los rayos directos del sol en un bastidor-prensa. En estas condiciones, la luz solar iba trasladando la imagen del negativo al papel de la copia pero invirtiendo las tonalidades, o, dicho de otra manera, reponiendo las tonalidades luz-sombra originales de la imagen. Una operación que podía tardar horas o minutos, dependiendo de la intensidad de la luz solar, y que terminaba ofreciendo unas imágenes de mediana definición, color pardo y tonalidades muy contrastadas.
Este procedimiento, descrito escuetamente, era muy difícil de ejecutar ya que cualquier mínima variación en las sustancias químicas, en los tiempos o en las condiciones ambientales, suponía importantes alteraciones en las copias fotográficas que se obtenían.
El calotipo tenía ventajas respecto al daguerrotipo, el procedimiento francés con el que competía: era más barato, las imágenes se podían multiplicar en copias idénticas y el soporte, el papel, era más liviano que las placas metálicas de las imágenes daguerrianas. Pero sus inconvenientes hicieron que perdiera la competencia en el mundo del retrato, que era donde estaba el gran negocio fotográfico: al ser el negativo de papel (ineludiblemente con fibras y rugosidades) las imágenes de las copias en positivo no tenían la brillante nitidez de las imágenes daguerrianas sobre pulidas placas de metálicas, pero además, Talbot cuidó celoso los derechos de su patente, intentando que el calotipo fuese un negocio rentable (mientras que los derechos de propiedad del daguerrotipo fueron liberados por el Gobierno francés, compensando a sus inventores).
De todas formas, aun con la protección legal del procedimiento y el uso restringido que de él se hacía, el calotipo sufrió desde el primer momento innumerables modificaciones y mejoras (reduciendo el tiempo de exposición y mejorando la nitidez de las imágenes) que también buscaban la justificación para eludir el pago de derechos. Entre las mejoras más notables es oportuno citar el paso de los negativos en 'papeles a la sal', a los 'papeles encerados', más traslúcidos, con los que se obtenían negativos de mayor calidad. Una aportación realizada por Gustave Le Gray, hacia 1850, que permitía "salir a tomar fotografías" con los negativos preparados con días de antelación y revelarlos hasta dos días después.
Estando dominado el campo del retrato por el daguerrotipo, el calotipo, dadas sus características técnicas, sus negativos de papel y su mejor adaptación para trabajar fuera del estudio, pasó a ser el procedimiento habitual para cubrir otras parcelas de la realidad, cuyas imágenes se reproducían mediante grabados y litografías. Por estas razones, los calotipistas profesionales se dedicaron a reproducir obras de arte y a tomar vistas de parajes naturales, monumentos y ciudades. Pero, sobre todo, el calotipo pasó a ser el 'ojo viajero' que proporcionaba a los burgueses occidentales 'imágenes reales' de aquellos lugares lejanos y monumentales que reproducían los grabados de las revistas ilustradas. Para ello, un numeroso grupo de calotipistas ingleses y franceses se dispersaron por el mundo, prestando especial atención al Mediterráneo y al próximo Oriente, pero también al sur de España, ya con una atractiva imagen literaria, exótica y mora, forjada en el imaginario colectivo de los europeos por los viajeros románticos. Imagen que incluía a ciudades como Sevilla, Córdoba o Granada, pero no a Cádiz, aunque esta 'ciudad de renombre' estaba relativamente cerca y su bahía era escala casi obligada para la navegación de la época.
El último de los grandes calotipistas viajeros que pasaron por España, en la tardía fecha de 1860, fue el pintor y fotógrafo francés Louis De Clercq (1818-1882), que cruzó la península, de Cádiz a los Pirineos, de regreso de su viaje de más de tres años por el próximo Oriente, donde tomó cientos de fotografías, formando parte de una expedición científica. En París, De Clercq confeccionó seis tomos con una selección de sus calotipos, titulando el último Vistas y monumentos pintorescos de España, en el que incluía imágenes de Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada, Madrid, Aranjuez y El Escorial. Aunque el objetivo de este tomo, según expresó el propio fotógrafo, era que se comparasen las edificaciones de Oriente con las que, en su día, realizaron los árabes en Al-Andalus, la verdad es que ello hubiese necesitado más tiempo y dedicación, pues el resultado (con la excepción de los calotipos sobre la Alhambra) es más bien una selección de imágenes de los lugares de interés turístico general, por los que fue pasando camino de París. Tal es, claramente, el caso de las tres imágenes captadas en Cádiz con negativos de papeles a la cera: Una imagen de la entrada a la calle Ancha tomada desde la Plaza de San Antonio, la fachada de la iglesia de San Antonio con la segundo torre comenzando a construirse y la Catedral tomada desde Capuchinos, con el Campo del Sur en primer término, terrizo y sin urbanizar, y con la torre de Poniente de la Catedral en construcción. Siendo de este último calotipo, como venimos comentando, del único que se conserva el negativo, con un cielo ya "limpio" y la imagen de la ciudad con la silueta retocada, listo para su positivado.
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