Enrique García-Máiquez

Estado fallido

Su propio afán

02 de noviembre 2024 - 03:04

La tragedia de Valencia nos tiene el corazón en un puño, pero no la mente. Ésta hay que tenerla muy clara para hacernos cargo de lo que hay: el fracaso más estrepitoso de la política y el Estado. Se ha avisado mucho, hablando de los trenes inoperantes o de las crecientes desigualdades jurídicas, de que el Estado se desmoronaba, pero ahora desgraciadamente está cayendo a ploma sobre las cabezas de los valencianos, esta vez.

De nada sirven las declaraciones de luto ni las promesas de ayuda. Suenan a burlas. Porque las primeras son inmediatamente refutadas por los hechos y las segundas por la memoria. ¿Es concebible que el Parlamento suspenda la sesión de control al Gobierno en solidaridad con las víctimas, pero que no suspenda la aprobación urgente del decreto por el que toma el control más férreo del consejo de RTVE? El luto es para quitarse de encima críticas y controles democráticos, pero no para echarse encima de las instituciones. Por cierto, que los nuevos consejeros, del partido socialista y de sus socios nacionalistas, cobrarán 100.000 euros al año, cuando hasta ahora sólo cobraban dietas.

Los euros de esos sueldos serán contantes y sonantes, no como los de las promesas de ayuda a Valencia, que son lágrimas en la lluvia, si me perdonan la obvia metáfora, como lo fueron las promesas para el terremoto de Lorca o para las víctimas del volcán de La Palma.

Mientras tanto, se aprovecha para subir los impuestos al diésel, con un discurso ecologista. Quema especialmente la sangre porque, en estos momentos, el Gobierno, más que pensar en recaudar, tendría que pensar en rescatar. Y sólo si lo hiciese muy bien, tendría alguna autoridad moral para subir los impuestos. Lo hace al revés y, en este caso, con el agravante del momento y la alevosía de un discurso ecologista que no sirve para prevenir nada, como sí lo han hecho las infraestructuras de antaño (que ya no se hacen). De paso, el Gobierno castiga con saña al sector productivo y a las clases populares, que son los que usan el diésel.

Tal falta de sensibilidad de nuestros políticos parece suicida. No envían al ejército a todo lo que da, rechazan la ayuda internacional, no se toman en serio el luto, siguen autoconcediéndose privilegios y a los nacionalistas y sólo se movilizan para buscar a qué otra administración echar las culpas, mientras profieren promesas vacías y demagogia barata. ¿No ven que esto ya lo vemos todos?

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