Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Ya sé, no soy ‘tan’ ingenuo. Las declaraciones de los políticos no tienen por qué ajustarse a la verdad. Es más, seguro que en el manual partidario hay miles de soluciones para retorcerla y arrimarla a la sardina de cada cual. Pero a los que sólo tenemos de político lo que va inherente con nuestra condición humana es normal que empiece a cansarnos esta tendencia, ampliada además en los últimos tiempos por las redes sociales, esa especie de patio de vecinos universal, ámbito para el cotilleo que no necesita fundamento alguno.
Y así ocurre que, por ejemplo, no se nos deja a los mortales analizar por nuestra cuenta y razón asuntos como el de la proyectada nueva financiación catalana, puesto que directamente se la califica por sus opositores como “robo” al resto de comunidades. Tampoco ayuda que destacados miembros del PSOE no se pongan de acuerdo en sus calificativos ni, por supuesto en sus ‘cambios de opinión’ sobre este sin duda trascendental cambio para el país.
De igual manera, desde cientos de artículos en ‘medios de comunicación’ y declaraciones de esos mismos políticos se tilda, de manera gratuita y directa, al presidente Sánchez de ‘corrupto’ sin que haya, no ya una condena judicial tal, sino siquiera acusaciones, querellas o indicios de delito. Por supuesto, lo menos que se le atribuye, sin ninguna prueba, es un carácter de ‘encubridor’ de no se sabe muy bien qué.
El último ejemplo de esta manera tan peculiar y aceptada de actuar ha ocurrido con las recientes elecciones de Venezuela. Brotan como hongos los supuestos defensores de la democracia, acusando al Gobierno español de cómplice con una dictadura. El Ejecutivo de Caracas, desde luego, no es un dechado de buenas prácticas y transparencia, y sobre los comicios flota un aire de sospecha que la propia actuación de Maduro contribuye a engordar. Exigir las actas electorales parece la medida adecuada; atribuir directamente a la oposición la victoria sería, en cambio, un exceso antidemocrático. Esa parece la actitud correcta y verdaderamente preocupada por el pueblo venezolano, pero el único empeño de figurar como anti izquierda lleva a posturas no precisamente respetuosas con el Derecho.
Mi sorpresa enorme llega cuando el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno Bonilla, destacado miembro del PP que abomina del ‘régimen’ venezolano, se va durante diez días a una gira comercial y diplomática por China, que no es precisamente un ejemplo de democracia.
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