La fiereza de salón

Gafas de cerca

09 de febrero 2025 - 03:06

Son valiosas, y hasta escasas y envidiables, las personas con principios propios, y valga el pleonasmo: los principios, o son propios, o no lo son. Resultan invasivos y agresivos quienes declaran sus creencias con una certeza tal que acaban cantando a comodidad y trile intelectual. Principios, los justos, e incluso en los que unos u otros se ostentan firmes como un álamo junto a la ribera, es más decente no esgrimirlos pendencieramente, como arma arrojadiza o, más desagradable si cabe, como arsenal partidista. Lo deplorable de los alineados natos no es el afán pandillero, ni su carencia de crítica ante lo que ve, sino su fiereza de salón. No hablamos siquiera de fanatismo religioso o una causa con alcance moral alcance moral, sino del imperio del “donde dije digo, digo diego”. Si es que nuestros rivales oficiales –aquellos por quienes somos alguien– defienden de repente lo que yo defendía. Nuestra política.

Al menos en este país, la eventual coincidencia con el enemigo tradicional es un anatema de la militancia, un pecado mortal que provoca dilatación de pupilas, sudoración fría e insomnio en los apóstoles de lo suyo (que no es lo suyo individualmente, sino el mandato vigente en cada momento para la tropa con la que el hincha político comparte su limbo partidario). Reuniones de dermoestética de urgencia en los cuarteles generales: ¿qué vamos a hacer ahora con nuestras firmes convicciones, si el contrincante las asume? Por Groucho, “estos son mis principios fundamentales; si no convienen de pronto, tenemos otros”... incluso otros copernicanamente diferentes de los que con tanto ímpetu defendí, o defendimos los nuestros. Todo, menos dejar de discrepar. Con ardor guerrero.

Adorar al Papa de Roma siendo anticatólico confeso, cambiar de opinión según sople el viento demoscópico; apoyar decretos que, de hoy para mañana, pasan de inaceptables a convertirse en plato de gusto y voto; mentir públicamente sin empacho, para proteger la propia terminación de la espalda, y vámonos que nos vamos. Principios ni gaitas. Programas ni leches. Las venas reventonas sobre el esternocleidomastoideo en la tarima y frente a las cámaras lo mismo valen para un roto que para un descosido, para esto o para justo lo otro. Asombroso. Ejemplar. Decía José Antonio Carrizosa aquí el otro día que “la política no es el problema, sino todo lo contrario, el verdadero problema es en manos de quién está”. ¿Cuándo empezó a irse todo por el bajante de la impostura? ¿Es esto ya crónico, o sea, no pa ahora, sino pa siempre, como el tonto de José Mota?

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