La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Su propio afán
Aver si, de aquí a agosto, cuando lleguen esos amigos que todos los veranos me preguntan qué libro leer, doy con una novela trepidante. Por ahora el cuerpo me pide recomendarles Y, el último libro de poesía de Andrés Trapiello. Les chocará un poemario, aunque, si me hicieran caso, saldrían ganando. Y es una maravilla.
Por supuesto, su observación morosa y amorosa de la naturaleza justificaría la recomendación a cualquier veraneante comme il faut: "¿Y la brisa? Podrías, ya doblada,/ guardarla en una caja como seda". Lo emocionante de la emoción más honda es que jamás se queda ahí. El poeta deslumbrado se dice: "corrió mi corazón hasta el sepulcro/ donde a Dios le pusimos./ Levántate, le dije, resucita:/el ciruelo está en flor/ y no hay por aquí cerca ningún otro/ de igual rango que tú/ a quien darle las gracias".
En la línea de los últimos de Eloy Sánchez Rosillo, tan amigo de Andrés Trapiello, éste es un libro celebrativo, y para celebrarlo. Yo citaba hace dos días un aforismo de espléndido desdén de Nicolás Gómez Dávila: "Los que nos confiesan dudar de la inmortalidad del alma parecen creer que tenemos interés en que su alma sea inmortal". Trapiello titula un poema "Una certeza", y cuenta que soñó con su padre muerto, tras lo que afirma: "Puedo dar fe del paraíso: existe". Es todo lo contrario de los interlocutores de Gómez Dávila, especialmente en lo que respecta a nuestro interés.
Trapiello halla la salvación en la belleza y el sentimiento. La salvación real. El hilo de oro de este libro es la seguridad temblorosa, poética, de que la muerte no termina nada. No va a haber final. "Lo que sigue a esta vida es el deshielo". "La alegría la dimos a los pájaros/ y está a salvo". "Subid cuanto queráis, negras mareas:/ somos ya inexpugnables". "Nadie muere/ a poco que viviendo haya cantado"... El romanticismo de Keats, el del ruiseñor que entona su canción siglo tras siglo, se hace fuerte en este poemario. La eternidad se alcanza a través del sueño, de la belleza, del amor, de la poesía y de la vida.
El título Y, tan breve, se llena de sentido: queda abierto a un silencio con mucho que añadir. El poeta dice: "En nuestro idioma existen sesenta mil palabras./ ¿Qué son con las estrellas del cielo comparadas?/ Si al menos una sola de este papel temblara/ con firmeza de estrella, hasta el papel sobraba". Y más de una, muchas, tiemblan, pero el libro no sobra. Hace falta.
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