La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
De poco un todo
EL fútbol apasiona mucho, pero no sé si reparte demasiada felicidad. En mi caso, sí. Es el único ámbito donde consigo aplicar con fidelidad la doctrina católica de que "todo es para bien". En otras facetas quizá me falta fe y no termino de vivir el "Diligentibus Deum, omnia cooperantur in bonum" (Rom VIII, 28), ay.
En el fútbol, en cambio, todo me es ganancia. Cuando dos equipos españoles iban a llegar a la final de la Copa de Europa, feliz. Después, vi que no estaba mal el varapalo al Barça. Los medios, tan rácanos con Mourinho, irían unánimemente en la final con "el otro equipo español", en el que se cobijaban nuestras expectativas. (Por cierto, ¿no sonaba delicioso eso del "otro equipo español"?) Cuando el Real Madrid siguió los mismos derroteros, me pareció un acto de justicia poética que un país con tanto paro y tanta parálisis institucional fuese representado en Europa por dos equipos minusválidos. Ahora, con el tiempo, van renaciendo algunas esperanzas, que vuelvo a disfrutar: el Barça no podrá recurrir al seny, sino a la furia española, como ya clama el Madrid, y hará bien porque la furia, como la soberanía, reside en todos los españoles. Si cualquiera de los dos o los dos remontan, lo celebraré por todo lo alto: será un ejemplo para ánimos abatidos. De quedar eliminados, lo celebraré por lo bajo: será una oportunidad para un examen de conciencia colectivo y para dedicar el tiempo a cosas más productivas que ver correr al prójimo.
¿Será que la tolerancia aumenta con el desdén?, me pregunto, suspicaz ante mi propio optimismo. La tolerancia crece con la indiferencia, evidentemente, pero no es mi caso aquí. El desdén y la indiferencia harían que me diese igual el fútbol, y no es eso en absoluto. Veo excelente cualquier resultado.
Por supuesto, que los muy fanáticos sufrirán si el equipo de sus amores no pasa, pero es que al que sufre por eso, le viene muy bien, para ir endureciendo el carácter. Más fea es la actitud del que se alegra porque el equipo rival se hunda, pero así purga sus malos instintos y quién sabe si, gracias a esa pequeña villanía, no será mejor persona en ámbitos más trascendentes. Teniendo en cuenta la que lía, desbordado fenómeno social, lo que no cabe es pasar del fútbol. Estar en el mundo es estar pendiente, aunque sea con el rabillo del ojo y una sonrisa inalterable. La pena es que no alcancemos la misma actitud ante todo lo demás.
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