La ciudad y los días
Carlos Colón
Siempre nos quedará París
Su propio afán
Québueno era don Juan Manuel, el autor de El conde Lucanor. Con aquel cuento del abuelo y el niño y el burro clavó un universal humano, y más de la derecha. Ya saben. Va el abuelo sobre el burro y el niño andando y en el primer pueblo lo critican por explotación de la infancia. Cambian sus puestos. En el segundo pueblo, viendo al niño en el burro y al anciano a pie, afean la falta de respeto de la juventud de hoy en día. Se suben ambos y en el tercer pueblo los increpan por su maltrato animal. Por último, van los dos abajo y, en el siguiente pueblo, se mofan de lo tontos que son, pues no usan al burro.
Ahora lo del burro es Errejón para los grandes estrategas de la derecha. Resulta que, si lo comentas, muy mal, porque estás coadyuvando al plan maquiavélico de Sánchez, nuevo Dr. No, que llevaba, ¡el genio!, años guardando lo de Errejón en un cajón para sacarlo, poromponpón, para tapar el escándalo de Ábalos. Si lo criticas, eh, eh, ¡eh!, la presunción de inocencia, aunque Íñigo lo confiesa en su carta. Si señalas su incoherencia por ir dando lecciones de feminismo, cuidado con mostrar la patita de la derecha rigorista de siempre…
¡Qué manera de regatearnos a nosotros mismos! Habría que ver el ambiente con las tornas ideológicas cambiadas… Este autocuestionamiento constante de las críticas es noble, pero ingenuo y, sobre todo, exagerado. Un escándalo no tapa a otro, sino que ambos dan un retrato más completo de un clima de hundimiento, como pasó en los años terminales del felipismo. Si se denuncia el doble discurso de Errejón, que hasta quería cerrar el colegio mayor Elías Ahuja por unos gritos que no molestaron a nadie, no se hace desde ninguna superioridad moral, sino contra una superioridad moral. Liberarse del opresivo discurso contra los hombres echando incluso con unas carcajadas epigramáticas no entorpece la labor de la justicia, si ésta tuviese alguna labor que hacer, que no lo sabemos.
Yo no admitiría más límites que el mal gusto extremo, y luego el gusto de cada particular por una broma u otra o por una reflexión o por otra. Algo de mal gusto sí ha habido, vale, pero vigilarnos tanto de reojo es de un gusto mucho peor, porque, además, es tontísimo. Los discursos que preconizaba Errejón son sectarios y agresivos y, como se ha visto, perjudiciales para la mujer (y para el hombre). Que el trampantojo se venga abajo merece que un análisis. O de un modo o de otro.
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