Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Auna determinada forma de contar las cosas y de imponer una visión del mundo se le viene llamando últimamente ‘el relato’. Aquel que logra instalar en un país su ‘relato’ como verdadero y más extendido tiene mucho ganado para, por ejemplo, vencer en unas elecciones o dominar el estado de opinión. Eso es lo que está pasando de manera palmaria, y para mí muy preocupante, con el asunto de la inmigración.
En dos días seguidos y con familiares cercanos me ha ocurrido lo mismo con ese relato. Por lo que fuera, apareció el tema, y me sorprendió la utilización en ambos casos de la misma frase: “A mí me parece bien que vengan quienes sean y de donde sea, pero para trabajar. Si vienen a robar, no”. ¿Qué frase es esa, a quién se le ha ocurrido y por qué tiene tanto éxito? Tal vez sea por su simplicidad y por su imposible refutación. ¿Quién podría discrepar de ella? Lo que ocurre es que reduce de manera tramposa el inmenso drama y el gran problema a una simple fórmula de conversación de bar, para así llevar el agua al molino de los que, en verdad, son racistas.
No recuerdo que esa frase tan aparentemente redonda y concluyente se aplicara en ningún caso a los cientos de miles que huyeron con lo puesto de Ucrania al inicio de la invasión rusa. No se les preguntó a qué venían, sencillamente se les acogió como era menester en su huida de la tragedia. Incluso abundaron los casos de gente que se ofreció a albergarlos en sus hogares. Yo lo tengo claro, pero piense cada uno de ustedes si el color de la piel y la condición tuvieron algo que ver con esta clara discriminación.
Llámenme ingenuo, pero tampoco entiendo ese otro argumento repetido hasta la saciedad: “que vengan pero que respeten nuestras normas”. Primero: ¿a qué normas se refieren? Y después, digo yo, claro ¿no? exactamente igual que todos los que estamos aquí desde siempre. Nosotros, criados en las ‘normas’ occidentales y por lo tanto buenos conocedores de las mismas, estamos mucho más obligados a respetarlas. A esta se le suele añadir: “Igual que tenemos que cumplir las suyas cuando vamos a esos países”, así, sin nombrarlos, pero sabiendo todos a cuáles se refieren. Los de religión islámica, por supuesto.
Lo más llamativo de todo es que estos argumentos, irrefutables pero tramposos, se oyen por doquier, como si mucha gente hubiera leído el mismo guión y lo estuviera interpretando bajo el mando del mejor director de actores.
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