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El catamarán
SE acaba de celebrar en Cádiz el primer Festival Internacional por la Libertad de Expresión, más que un canto, un grito a todo el mundo desde la cuna de las libertades para que no se olvide nadie que aún existen lugares y personas que pisotean los derechos más elementales. No hay que dejar de recordar que la libertad de expresión es un derecho que no se puede ejercer en muchos países, como por ejemplo Cuba, a la que queremos tanto y que tanto se parece físicamente a nuestro Cádiz. Tampoco hay que irse tan lejos; en Marruecos, por escribir contra el régimen, acaba un periodista en la cárcel. Muchos periodistas pierden la vida por informar en algunos países y no necesariamente en el frente de una guerra. Aquí, afortunadamente, existe ese derecho, aunque más de uno (y de una) de los que habitualmente se llenan la boca de democracia y libertades hacen bien poco en defenderlo y predicar con el ejemplo. No pueden meter en la cárcel a los periodistas críticos, díscolos o disidentes, pero tienen otras formas de atacarles, por ejemplo, haciéndoles la cruz y atacando así a la propia libertad de expresión.
Hoy día, aquí, no se secuestra la libertad de expresión, pero se adormece. El mecanismo de control de la información es más sibilino y cuenta con unos medios casi ilimitados para acallar cualquier voz discordante. La Administración genera toneladas de información cada día y las pone en circulación para saturar el canal. En este nuevo escenario debemos movernos hoy periodistas y ciudadanos en general, conscientes de que el político casi siempre acabará poniéndonos etiquetas y, desde un planteamiento simplista, clasificándonos en un lado u otro según convenga a sus intereses. Y normalmente quien se les escurre de las manos tiene un futuro difícil ante ellos.
Contar cosas que no gustan, como por ejemplo la existencia de una factura de difícil justificación o de un contrato a dedo, acaba siendo una conducta que paga un precio porque todavía queda mucho por hacer en favor de esas libertades que hace dos siglos ya se proclamaban en San Fernando y Cádiz. Aunque afortunadamente hay honrosas excepciones en la clase política, sigue siendo necesario un cambio, casi diría que cultural, sobre la crítica y el derecho a la libertad de expresión. Gritar libertad sigue siendo necesario también aquí. Un grito que modestamente pongo por escrito.
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