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Las declaraciones de don Víctor de Aldama nos tienen hablando de corrupción compulsivamente. Lógico, pero no deberíamos hablar de ella sólo a golpe de escándalos, sino analizar el asunto sistemáticamente, como sistémica es la corrupción.
Como explicaba hace tiempo nuestro exquisito pintor contemporáneo Juan Antonio Presas, todo este desbarajuste ético y social ha estado precedido y preparado por la rebelión de las vanguardias artísticas contra el orden, la tradición, la verdad y la belleza. El urinario de Duchamp nos entrenó a vivir entre los deshechos de la civilización occidental. Eso explica que el dichoso plátano pegado a la pared con cinta aislante de Maurizio Cattelan se haya vendido por 6 millones de euros en la última subasta. Y eso que el plátano ni siquiera es de Canarias, como lamenta el sutil catedrático de Estética Ricardo Piñero.
Quejarse resulta contraproducente, porque los «artistas» parasitan el escándalo de la gente común (del sentido común, quiero decir). Conviene reírse y, si es posible, aprovecharse. Yo he preparado meticulosamente mi golpe.
Salvatore Garau vendió una escultura inmaterial titulada «Io sonno» por 15.000 euros, que rápidamente se revendió por 18.000. La escultura era de aire, esto es, que no existe. Garau le hizo un certificado de su autenticidad, que prohibió exhibir en lugar de la escultura, muy taimadamente. Tonto no es. Un listo es, sin duda, como demuestra la cotización de su nada de arte, a la que el tío le ha dado el pase; pero, de paso, puede que también esté denunciando cosas como el plátano. Al menos su escultura no se pudre. Y también denuncia la idea de que la firma del artista («Io sonno») sea capaz de transmutar en arte cualquier chorrada, y venderla.
Y aquí intervengo yo, que he robado su escultura. Si arte conceptual, vayamos hasta sus últimas consecuencias. Ha sido un golpe perfecto, de guante blanco. La tengo aquí en casa a mi lado. Y ahora se titula: “Io sono un astuto ladruncolo”. Este artículo mismo hace de certificado de autenticidad. Como no me queda más remedio que venderla en el mercado negro, la ofrezco por la mitad, 7.500 euros. Si la coloco, mi golpe habrá sido un éxito, entre otras cosas porque es el dinero –signo de estos tiempos– lo que convierte en arte (raro rey Midas invertido) lo que toca. En cualquier caso, con independencia del dinero, ya me he ganado cien años de perdón. Los del que roba al ladrón.
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