Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
MI mujer, cuando ni novios, me preguntó (disimulando) si me gustaba el fútbol. Dije que no. De inmediato capté un brillo de satisfacción en sus ojos que significaba que había marcado por toda la escuadra. Nos casamos. Después, si yo miraba de reojo el resumen de los goles en los telediarios, ella refunfuñaba: "Esto no es en lo que habíamos quedado".
Aun así, no me quedó otra que ver el clásico, y hoy veré el reclásico y luego el requeteclásico. No por el fútbol, sino por la vida. Aquí no se habla de otra cosa. Yo, como escritor, me he abonado a la lección de Machado, esto es, a preferir "lo que pasa en la calle" a "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa", y lo que pasa en la calle es fútbol y más fútbol. Eso hace que genere múltiples metáforas de uso cotidiano. Por ejemplo, Zapatero está roto, a Rubalcaba Troitiño, tras hacerle un caño, le ha ganado la espalda, Rajoy no corre la banda ni mete la pierna y el Tribunal Constitucional es un árbitro muy casero. Antaño, los toros llenaron el español de frases hechas y medias verónicas verbales que ha estudiado muy bien Andrés Amorós, entre otros. Hay que reconocer que hoy, poniéndole los cuernos a los toros, el fútbol copa las expresiones populares. Sin una atención a su vocabulario, se queda uno fuera de juego del lenguaje.
Por otro lado, es el referente universal. Ocupa, queramos o no, la primera plana, y se convierte, por tanto, en un catalizador de símbolos. Hay quien protesta porque la política se mezcle con el fútbol, pero ¿a ver con qué se va a mezclar si es lo único que hay por todas partes? Otros se quejan porque la bandera de todos se la apropie un equipo. Eso tiene fácil solución: que la lleven ellos en vez de protestar siempre por nada.
Soy, ya ven, un impurista del fútbol. Me interesan su creatividad lingüística, las lecturas sociológicas, las afiladas estrategias, el ambiente electrificado de las gradas, la catástrofe o la euforia por el canto de un duro: por el canto de un gol… Un Real Madrid-Barça es, además, una imagen de España tan dramática como el Duelo a garrotazos de Goya, pero a patadas. A propósito, ¿nadie ha tenido la ocurrencia de vestir a esos dos muchachos goyescos con los colores del Barcelona y del Madrid? Toda rivalidad tiene un componente de mutua dependencia que me da esperanzas: España durará mientras se vuelque así de unánime en sus clásicos.
Si la petanca despertara tal fervor entre mis paisanos, yo la seguiría con idéntico interés. No sé si esto convencerá a mi mujer, pero es la verdad. De la épica del fútbol me apasiona la épica y del deporte nacional lo nacional.
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