El Palillero
José Joaquín León
Nuevo proyecto para el Puerto
¡Oh, Fabio!
Al igual que Los Ilegales –aquel grupo de rock del Mesoproterozoico– querían ser millonarios para reírse de sus amigos, a mí me gustaría ser el rico epulón para carcajearme de Hacienda. Me sé bien el catecismo de la corrección socialdemócrata: los impuestos son necesarios para pagar las escuelas, la sanidad pública, las carreteras y la Brigada Legionaria. De hecho, llevo desde los 25 años cumpliendo religiosamente con la Hacienda pública. Pero siento cierto pudor cuando leo o escucho a alguien haciendo un encendido elogio de los impuestos. Sobre todo, porque no me lo creo. El que presume de buen contribuyente es, sencillamente, porque paga poco o sus ingresos están completamente fiscalizados vía nómina y no le queda otra..
En general, el sano pueblo español, tan sabio y cabrón, no tiene una gran opinión ni de los tributos ni de sus recaudadores. Bien lo supo nuestro señor don Miguel de Cervantes, que se pasó años a lomos de mula vieja, tragando polvo, morapios y peleándose con toda clase de palurdos que no comprendían por qué tenían que ser ellos los que pagasen los sueños de grandeza de los Habsburgo.
En los clubs más estirados siempre se tuvo como precaución no permitir la entrada a los inspectores de Hacienda (lechuzos, se les llamaba) y conozco una familia de rancio abolengo que esconde con celo su secreto más oscuro: el título de nobleza que lleva su primogénito desde hace siglos se debe a los servicios de un antepasado a la Hacienda del Rey. Todavía hoy, apellidos como Fúcar, producen temblores en las buenas gentes de Castilla. Hacienda es como la suegra, esa otra institución española: uno puede llegar a estimarla, pero es de mal gusto piropearla. Lo normal y sano es que sea la diana de algún chiste de barra que arranque la risita a las hienas del bar habitual.
La verdad es que los pocos inspectores de hacienda que he conocido en mi vida han sido personas muy agradables y decentes y que mucho peor es ser dentista. Pero uno tiene que ser leal a las viejas tradiciones patrias y mostrar horror ante la sola aparición de un recaudador de impuestos. Sobre todo, no debe ser repelente y poner cara de gloria cuando Montoro o Montero te están metiendo el estoque hasta la bola. Dios les dé salud y los mantenga alejados de nuestros hogares.
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