El mundo de ayer
Rafael Castaño
Un millón
La aldaba
Al cuerno los congresos, los críticos, los enchufados, los asesores, los portadores de la maleta del jefecillo, los bobos de la expresión “mi secretaria” todo el día en la boca, los necesitados de directores de gabinete para ser alguien, los que carecen de escrúpulos y son capaces de seguir adelante con la mamela antes que parar por respeto a muertos y desaparecidos. Al cuerno los hartibles del lenguaje de género que enfrentan, separan y dividen con sus barrilas que nos tienen fritos, los vendedores de humo cotidiano de estupideces que de pronto se han visto arrollados en su pequeñez, los que no ven más allá de la baldosa del argumentario de partido, de las intrigas por el poder que cabe en una loseta, o del análisis sobre la fila donde lo han sentado en ese acto social donde nadie se fijará en su posición. Al cuerno los obsesionados con las fosas sépticas de las redes sociales, los relatos de su insulsa vida cotidiana, los fabricantes de estados de felicidad impostados y los que proyectan una preocupación por el interés general que en realidad esconde un concepto de vanidad que a medio plazo conduce directamente a alguna consulta profesional. Al cuerno las polémicas inflamadas, los supuestos expertos en denuncias anónimas o firmadas con nombre y apellidos, los representantes que fueron fruto caduco de un estado anímico por los suelos por una crisis económica que puso a arquitectos, periodistas y bancarios a abrir bares como refugios. Al cuerno tanta mentira y tanto debate mantenidos solo porque la actividad económica fluye, permite un estado del bienestar, una zona de confort y un mínimo nivel de vida; la familia y las pensiones soportan lo que haya que soportar y el sector sumergido aporta con tal intensidad que no falta algún gurú que lo cite como fuente de riqueza (nunca reconocida oficialmente, obviamente). Todo lo sólido se derrumba ante la tragedia, como todos los falsos dioses son derribados de sus pedestales. España ha detenido el tiovivo de los falsos problemas para, al menos, centrarse en uno que es real. Nos durará todo lo que dura el eco de los grandes sucesos en una sociedad que ve telediarios donde la información sobre la guerra de Rusia contra Ucrania o de Israel contra Palestina se difunde con música de animación. Al menos estos días se han ido al cuerno tantas fatuidades, tanta bobería y tanto charlatán. La factura ha sido cara: una tragedia de verdad histórica. Volverán los perros a danzar, que diría Cela, en cuanto se olvide el desastre. Y algún ingeniero publicará una tribuna de opinión aislada para plantear soluciones de futuro. Pero hablaremos hasta el exceso de errejones, rubiales y amnistías imposibles.
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