Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Desde mi córner
Capítulo principal en el apartado épico de la historia de nuestro fútbol lo que ayer sucedía en el Parque de los Príncipes. Por eso cuando la Marcha Real atronaba el cielo de París en el podio más soñado, el aluvión de ditirambos se agolpaba en nuestro almario. España ganaba el oro olímpico en casa del anfitrión, un anfitrión muy especial y con el que afloran muchas cuentas que saldar desde el principio de los tiempos.
Casi nada para el cuerpo lo de conseguir el oro olímpico en París, como un orgasmo inesperado, pero narrar lo ocurrido no es tarea fácil, ya que estamos hablando de un partido de fútbol en el que las idas y venidas se agolparon a lo largo de la tarde junto al Sena. Y es que la película tuvo un arranque terrorífico mediante un equipo de adultos jugando contra un grupo de imberbes. Y así, poco después de empezar a sudar se adelantaba Francia en un error de Arnau Tenas.
Desde el tañido inicial se vio que los galos no pretendían hacer prisioneros. Iban a lo que iban y nos temíamos lo peor, pero el calvario duró poco y todo fue cosa de que ese jugadorazo que es Fermín nos pusiera por delante con un doblete que agrandaría Baena con un golpeo mágico. Tras el descanso volvió a hacerse con el juego Francia para que el VAR le diese la prórroga en un penaltito de Turrientes. Y el temor de una prórroga con abundancia de defensas, pero estaba Camello...
Un gol en cada tiempo del alargue y con la circunstancia de ser similares y llenos de calidad. Y el gozo total con el oro para España a la sombra de la Torre Eiffel sobre los nativos del lugar. Fue un encuentro con el gozo en estado puro, con esa maravillosa realidad que el fútbol te regala a veces y se me ocurre sacar a colación como sucinto resumen de una tarde para el recuerdo que todos estamos en condiciones de saber ese himno gigante y extraño que tan bien cabe en estos casos.
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