Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
A Felipe de Marichalar lo crucificó cierta prensa desde el día de su nacimiento. Al parecer, a algunos periodistas les hacía mucha gracia que sus padres le hubiesen puesto como tercer nombre Froilán, santo patrón de Lugo, la ciudad de la que eran duques. Una vieja tradición de la Familia Real española -bautizar a sus vástagos con una larga ristra de nombres-homenaje- se convirtió en motivo de chanza en los platós y redacciones. Los Javis, Guilles, Manus, Quiques, Tonis y Mois decidieron mofarse de la rotunda sonoridad y antigüedad del nombre del que fue obispo de León en el heroico siglo X. Y todo el mundo le siguió el juego, porque España hace ya mucho tiempo que se convirtió en un país de cursis y sabandijas.
De Felipe de Marichalar lo hemos sabido todo: su poca afición al estudio, su condición de señorito calavera, sus broncas en discotecas, su gusto por los toros... Con este currículum es difícil que no nos caiga bien. Al fin y al cabo, es la flor nueva de la vieja figura del pollo linajudo y aflamencado, amigo de chulos y manolos, castizo y españolazo. De estas cosas el que sabe es Alberto González Troyano, pero aún hoy, sobre todo en la Baja Andalucía, no es difícil encontrarse algún cachorro de la oligarquía vistiendo y hablando como un banderillero. En cualquier caso, siempre será mejor que los que lucen como pinchadiscos de Pachá, que también los hay.
Felipe de Marichalar, hijo de afrancesado más bien finolis, ha salido a su madre. Es decir, continúa la línea aristocratizante y castiza de los Borbones, en las que se mezclan el alma principesca con la psicología del picador. No en vano, algunos han señalado su asombroso parecido físico con Fernando VII, quizás el Rey que encarna todos los vicios de una dinastía que también ha tenido monarcas ejemplares como Carlos III y, si no se tuerce la cosa, Felipe VI (que Dios guarde muchos años).
La infanta Elena, con buen criterio, ha decidido mandar a Felipe de Marichalar a vivir con su abuelo don Juan Carlos a Abu Dabi, entre jaimas y rascacielos. Es el viejo sistema de empaquetar a los puntos filipinos en dirección a lugares distantes, aunque todos sabemos que el marco geográfico no cambia a las personas y que todos estamos condenados a ser nosotros mismos aquí y en Pernambuco. Aun así, siempre es bueno unir generaciones y el Emérito y Felipe seguro que tienen mucho de qué hablar. Este menda, desde luego, daría un brazo por estar presente en las sobremesas.
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