Quousque tandem
Luis Chacón
Religiones de Estado
Monticello
El Brexit nos demostró de manera infalible que Europa no es una federación, sino una unión de estados en la que éstos conservan suficiente soberanía como para decidir, de forma unilateral, abandonar la alianza. La identidad política de la UE sería, sobre esta base, la de una Confederación. Históricamente –aunque esto lo oculte nuestra izquierda postfederal– las confederaciones son un fenómeno transitorio que, en algunos casos, da lugar a una amalgama de Estados independientes, sin un vínculo común de gobierno entre ellos, como ocurrió en Yugoslavia; y, en otros, desemboca en una verdadera Unión, como sucedió en los EE. UU. Para esto segundo, es necesario activar ese mito que explicamos a los alumnos de Derecho, el del poder constituyente, a través del cual un pacto entre territorios se convierte en un pacto entre ciudadanos. Es decir, el mito que crea un pueblo, un nosotros soberano. La UE fracasó a la hora de darse una Constitución escrita, carece de un mito fundacional democrático y sigue siendo, formalmente, expresión de un contrato entre Estados. La inercia de la Unión, sin embargo, no ha sido disolutiva sino federal, y aunque siga siendo una suerte de OPNI, un objeto político no identificado, es evidente que nunca ha aceptado su contingencia constitucional. Lejos de esto, desde la crisis del euro y especialmente a partir de la guerra de Ucrania, en la Unión se está produciendo una dinámica de defensa de su existencia política que va de la mano de una interpretación amplia de sus poderes. La UE no tiene hoy una Constitución escrita pero sí una identidad constitucional que está llamada a afrontar desafíos inéditos en un contexto en el que el orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial se desvanece y hay una acción explícita de la internacional reaccionaria y digital para aprovechar la circunstancia y minar la cohesión europea. Esta semana, en Madrid, parte de esa internacional está convocada bajo el lema Make Europe Great Again. Lo imitativo del lema evidencia hasta qué punto dicha convocatoria forma parte de una relación de vasallaje. Y es frente a este vasallaje, en perjuicio de una Europa débil, ante el que cabe recordar, como ha hecho Borrell en su despedida, como explica Mario Draghi en su conocido informe o como ha aprendido, por experiencia propia, Mette Frederiksen, primera ministra danesa, que en un mundo de grandes bloques, si las naciones europeas y sus ciudadanos tienen opción de seguir siendo soberanos, y no unos sumisos parias, no es a pesar de la UE, sino gracias a que la UE es aún una comunidad política robusta y ellos la integran.
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