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A estas alturas no cabe duda de que el presidente del Gobierno está dispuesto a conceder todas las singularidades que sean exigidas por aquellos de los que depende para continuar en su cargo. Es más, Pedro Sánchez ha adquirido ya una imagen nada fácil de lograr: un personaje al que no detienen ni principios ni convicciones si está en juego su permanencia. Un personaje sin fisuras en su ambición, que logrará situarse en la nómina más ejemplar de políticos falsos e infames. Por tanto, dado que sería ingenuo confiar en rectificaciones desde dentro de esa nebulosa sumisa en la que se ha convertido el partido socialista, la única esperanza cabe depositarla en algún gesto de rebeldía de los que están hartos de contemplar tales concesiones singulares, siempre a los mismos. Es decir, que digan por una vez ¡basta ya! Porque no hace falta señalar que todas las singularidades –una cínica forma de calificar prebendas y beneficios– cedidas a los partidos separatistas para sus comunidades suponen, al mismo tiempo, subordinar, humillar y ofender a las otras. Lo cual, desgraciadamente, forma parte del escaso repertorio ideológico del independentismo: humillar a esos mismos que necesitas odiar para subsistir como partido. Sin la invención de un enemigo, al que hay que ofender, no hay movilización por la patria imaginaria. Y a estos efectos, las humillantes concesiones aceptadas por Sánchez les permiten justificar lo bien fundado de sus peticiones.
Cabría esperar una movilización, ante lo que está ocurriendo, por parte de los que en lugar de una política cada vez más solidaria entre comunidades, comprueban que, desde el Gobierno mismo, se provoca lo contrario. A los españoles que, por geografía y nacimiento, les ha caído en suerte una región de segunda, solo les queda, pues, resignarse al papel de humillados y ofendidos. Además, con la justificación de unos ilusos derechos históricos, que Pedro Sánchez revitaliza, por puro y exclusivo oportunismo. Triste situación creada, para colmo de las paradojas, por un partido nominalmente socialista. Ante tanto desafueros, sería de esperar de la población andaluza una actitud más combativa, y para ello la Junta debería impulsar, con bríos, un discurso clarificador de lo que suponen de subordinación y ofensa para Andalucía la puesta en funcionamiento de tales singularidades. Un discurso clarificador –no cuatro palabritas, y dichas de perfil– bien trabado y documentado –expertos hay para ello– con propuestas vivaces, que alienten a los andaluces para que no acepten una humillación más.
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