El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
UN colectivo muy abnegado es el de los que me proponen temas de artículos. Yo, como he dicho otras veces, lo agradezco muy sinceramente, y más en días como hoy, espesos como la calima con la que ha amanecido. Luego, es complicado que pueda desarrollar esa idea porque un artículo hay que verlo desde la semilla y sentir como te nace poco a poco de dentro. Lo más importante de una columna personal es la voz propia y cuesta mucho más afinarla con un pie forzado ajeno.
Un buen amigo me ofrece un articulazo con título y todo: "¡Estás igual!". Trataría de esos veraneantes que se quedan paralizados unos segundos mirándote hasta que se hace una luz y te reconocen y exclaman, alborozados: "¡Estás igual!" y, en el fondo -en el fondo tal vez del subconsciente-, junto a la expresiva alegría del reencuentro, celebran también encantados su buena memoria y su capacidad de no olvidar una cara. El artículo tendría muchas posibilidades.
El problema es que a mí no me lo dicen, ay. No me ven igual, por lo visto. Los más íntimos me informan, eso sí, de lo mucho que he engordado. Los más clásicos comentan lo "sano" que se me ve, como si fuese un bebé antiguo. Los que han perdido pelo me comentan que lo sufren todavía más: la alopecia se les señala mucho. No sé qué impele a la gente a tanto examen físico y a pesarte a ojo de buen cubero en el primer encuentro, pero he pensado comprarme una camiseta con una báscula y esta leyenda: "Ya lo sé, ya lo sé…" para evitar conversaciones inútiles. Quizá como legítima defensa, he generado una alergia a los saludos que pasan la revista física de los amigos y demandan un estado de revista (del corazón).
Aunque yo no puedo tirar la primera piedra. El otro día conocí a una chica con muchos posibles y una nariz muy quevedesca o gongorina, según se mire. Me encantó. Podía habérsela operado y haberse diseñado una de serie, pero no. Ahora su nariz es un estandarte contra los estándares. No podía parecerme más atractiva e interesante. No dije nada, pero la emoción estética se me notó.
Me despisto del tema de mi amigo, es verdad; pero es que sería rematadamente feo que pagase a alguien que me ofrece un tema tan bueno con algo tan feo como la envidia amarilla. ¿Por qué a él -tras un ligero esfuerzo- lo ven igual y a mí nunca, jamás, de ninguna manera? La respuesta es obvia y usted la sabe, pero no me la diga, que he terminado el artículo y ya no hace falta.
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