La ilusión de control

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05 de enero 2025 - 03:05

Fue Ellen Langer, psicóloga en Harvard, la que acuñó este término, referido a una inclinación que, en mayor o menor medida, nos atañe a todos. Puede definirse como la tendencia a sobrevalorar el control que tenemos sobre lo que nos pasa. En la práctica, creemos poseer ese control incluso en hechos que son totalmente incontrolables. Ello genera relaciones ilusorias entre causas y efectos, haciéndonos establecer vínculos irreales entre un resultado concreto y nuestro pensamiento, deseo o intención.

Todos somos víctimas de este tipo o sesgo de ilusiones causales. Interpretamos los acontecimientos como una consecuencia de nuestro buen o mal actuar, sumergiéndonos, así, en un universo cuasimágico. De tal forma, atribuimos poderes sobrenaturales a nuestra voluntad, forjamos ideas carentes de fundamento y tejemos explicaciones obviamente erróneas. El mecanismo se evidencia con enfermiza claridad cuando hablamos de ludopatía o de drogadicción. En estos arduos procesos, el sujeto dice y cree tener el control cuando, como sabemos, jamás lo tiene. Aparece también, en aquellos supuestos en los que nos consume una culpa indebida, derivada de un daño enteramente independiente de nuestra acción o inacción.

No es en sí, a excepción de casos extremos, algo funesto. De alguna forma custodia nuestra salud mental. Su opuesto es la indefensión aprendida, nuestra rendición exhausta y estúpida al torbellino de los acontecimientos. Por eso los expertos destacan su lado positivo: la ilusión de control produce seguridad y da un mínimo sentido a un mundo de otro modo caótico; nos ayuda a asumir nuestras responsabilidades, cuando, por ejemplo, enfermos, quizá nuestro hacer sí logrará cambiar las cosas; y puede incitarnos a adoptar una actitud más optimista y motivada. Siendo una ilusión, tiene consecuencias psicológicas muy reales. Posee también, como no, aspectos adversos. Los principales son el internalizar que nuestra voluntad es todopoderosa, llevándonos a ignorar señales innegables de peligro, y el volvernos, al desechar el azar, más vulnerables a la tristeza y al remordimiento.

Necesitamos diferenciar nítidamente lo que podemos controlar o no. Aceptar que la suerte existe, y hasta decide, nos permite desarrollar una imagen más objetiva del mundo. Alejándonos tanto de un falso desamparo, como de un absurdo poder absoluto, ese vital equilibrio constituye el genuino sostén de nuestra paz interior.

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