Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
DE POCO UN TODO
CÓMO corre la actualidad. Me descuido dos miércoles y prácticamente ya se me ha pasado la oportunidad de reflexionar sobre aquella carta abierta que, para celebrar el Día Mundial de los Docentes, Zapatero endilgó el 5 de octubre en El País a los maestros. Sin embargo, confiando en la buena memoria de mis lectores, volveré a la susodicha. Además de las inherentes cursilerías de rigor, el presidente del Gobierno de España consiguió cometer 61 errores sintácticos, semánticos y estilísticos en menos de 490 palabras, marca homologada por Arcadi Espada en su blog.
La ventaja del retraso es que ha pasado un tiempo más que suficiente para comprobar que esos 61 errores no han alborotado lo más mínimo el panorama mediático español. Apenas nadie se ha escandalizado, excepción hecha de Espada y algún que otro friki de la vieja escuela. El PP, como siempre, ha mirado para otro lado, y a la opinión pública, plim. Incluso, hasta donde sé, los sindicatos de enseñanza no han dicho ni mu por lo que en el mejor de los casos es una ironía hiriente. Como si se nos dijese: con la de faltas que los profesores tenéis que corregir diariamente, un puñadito más, qué importa. Un silencio tan sepulcral resulta aún más terrorífico que los errores en sí.
Sobre todo si lo comparamos con el follón social que se montó por la foto de las niñas de Zapatero posando con los Obama, y que recordamos todos, ¿verdad? (Aprovecho la ocasión, que pintan calva, para felicitar a las chiquillas por el Halloween, día especialmente excitante para ellas, supongo). En realidad, aquella foto era un asunto muy menor, si exceptuamos el mal gusto… de meterse con el sobrepasado padre por la indumentaria de unas hijas adolescentes y, tal vez, ingobernables. ¿Qué culpa tiene el hombre, a ver? En cambio, lo de esa carta cargada de errores que se derraman sobre los sufridos e indefensos docentes sí que cae bajo la directa responsabilidad del firmante del texto.
La enorme distancia entre la escandalera por la fotografía y la indiferencia ante la carta abierta (en canal) nos aboca a muy tristes reflexiones. Para empezar, demuestra la supremacía apabullante de la llamada cultura audiovisual sobre la literaria clásica, que ya profetizaba el refranero con aquello de que una imagen vale más, ay, mucho más, que mil palabras. Y qué decir del nivel de una sociedad que se comporta según esquemas propios de programa del corazón. Aquí se prefiere volver y volver sobre una fotografía insulsa a preocuparse un poco porque nuestro presidente (nada menos) tenga ciertas dificultades para redactar un artículo que no llega a las 490 palabras.
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