Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Su propio afán
AL votante tipo del PP le irrita que me quite el sombrero ante la estrategia triunfante de su partido, qué raro. Admiro que consiguiese que la derecha sociológica a una votase al partido que, a renglón seguido, ha aprobado en Madrid una ley que persigue cualquier discrepancia moral con la ideología de género, de modo que leer a San Pablo se cuenta ya entre las actividades clandestinas; al partido que está a punto de regalarle a los independentistas unos milloncejos de euros y el escaparate de un grupo propio en el Congreso; y al que ha hecho de la hucha de las pensiones un queso gruyere. Hay que ser un maestro, Arriola, para lograr que, quienes se ponían tan furiosos con Zapatero o con Pedro Sánchez cuando hacían esas cosas, se lo pongan ahora conmigo porque me pasmo de que el PP las haga entre un coro de defensores a ultranza. Evitar que España se rompa, que la economía se hunda o los ataques a los principios de siempre ya luego, si acaso; por ahora lo que sí ha evitado sin lugar a dudas es que exista durante mucho tiempo en España un partido de derechas.
De estas cosas puedo hablar con muy poca gente, con cuatro gatos. Y encima, ni siquiera nos ponemos de acuerdo. Yo considero una fractura democrática que la representación política se quede coja, de modo que en España no haya ni un solo parlamentario pro-vida o anti-autonomista cuando en la sociedad son posturas que sostiene un tanto por ciento muy respetable. De los cuatro gatos, dos y medio me demandan que no sufra, porque lo que pasa en España no importa. Lo serio ocurre fuera: en Europa, en Norteamérica, en el mundo. Bruselas controla nuestra economía; USA nuestra defensa; Hollywood nuestro imaginario colectivo, etc. Asumo que en un mundo global las influencias vienen y van, como la Corriente del Golfo, pero aquí preferiría un gobierno fuerte y en el Parlamento algún grupo convencido de sus ideas, que pudiese contribuir con su granito de arena a la marcha general y no fuese a remolque. Además, sigo creyendo en el Estado-Ciudad y veo que de puertas para dentro nos queda bastante margen. Pero mis tres gatos no están por maullar conmigo.
Me gusta definir lo que escribo como "columnas" más que como "artículos". Artículos, de lujo o de primera necesidad, siempre están para venderse, y quién me compraría a mí esto, quién. En cambio, sobre una columna puede uno subirse, anacoreta, y sostener allí lo suyo, solo.
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