Enrique García-Máiquez

La imposible publicidad

De poco un todo

23 de enero 2011 - 01:00

Me invitan a un colegio para que haga unos minutos de publicidad de la literatura auténtica. Sus alumnas devoran sin miedo volúmenes voluminosos, pero los primeros que caen en sus manos, o sea, los que pone ahí el mercado. Y eso preocupa mucho a sus lúcidas profesoras.

En el coche iba diciéndome, para darme ánimos, que es un avance ir a hablar a unas jovencísimas lectoras compulsivas. Aunque contra el optimismo cuantitativo, sonaban unos inquietantes zumbidos discordantes. El primero, la voz o el eco de Antonio Machado que dejó dicho que, antes de escribir mal, hay un justo medio: no hacerlo en absoluto. ¿No podría aplicarse eso a la lectura? El segundo zumbido eran los Cuarenta Principales. Pretendía hablarles de excelencia y yo, ay, que podía ir escuchando Radio Clásico, iba oyendo las chorradas de los locutores interrumpidas muy de cuando en cuando por las de Shakira. ¡Qué tendencia tenemos todos, como una fuerza de gravedad, hacia abajo!

Las alumnas me atendieron con atención, y era muy bonito sentirse escuchado por tantas adolescentes a las que en mi vida corriente sólo veo pasar, veloces, sobre sus patines unos segundos. También fue bonito recitarles, en contra de la literatura de evasión, esta copla de la impagable Isabel Escudero: "¡Que se entretengan,/ que se entretengan!:/ ¡que se aburran/ sin darse cuenta! Para explicarles mi criterio, recurrí a un poema de Emilio Quintana titulado "Las horas solitarias". El poeta va contando sus lecturas: "La Eneida/ en doce claras y eglogales/ mañanas de septiembre, en el salón/ de casa, burgués y cómodo" o "La caverna del humorismo en el Hotel/ Aguadulce de Almería: levante, playa, brisa,/ arena entre las páginas y protector solar/ pringando la portada...", entre otras. Y tras la enumeración, el emocionante final: "Serían incontables las horas solitarias,/ esas felices horas en que yo/ fui más bueno, más hermoso, más justo,/ fui mejor".

Tenía, pues, compañeros en mi crítica a los malandrines de los best-sellers. El mismísimo Quijote no es otra cosa, en principio, que un ataque a los libros de moda del momento; aunque sea sobre todo, sabiamente, una defensa -que predica con el ejemplo- de los libros que nos hacen más buenos, más hermosos, más justos, mejores.

El turno de preguntas acabó de aclararme las cosas. "¿Por qué se vende entonces tanto la mala literatura, eh?", me replicaron ellas, escépticas. "Muy sencillo: porque se escribe", contesté yo, "para venderse". Y entonces caí del caballo, como san Pablo, salvando las distancias. Si la buena literatura, no se vende, ¿qué hacía yo vendiéndola? Igual que hemos de salir mejores de ella, hay que llegar a ella solos. Muchas de aquellas adolescentes lo harán, pero no por mis disquisiciones... Me fui con la música (esta vez, Radio Clásica) a otra parte, molido de alancear gigantes que son molinos. Hasta la próxima ocasión, que recaeré.

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