Cambio de sentido
Carmen Camacho
¡Oh, llama de amor propio!
Su propio afán
ENLa Moncloa no me los imagino haciendo tormentas de ideas, parrillas de decisiones y brillantes análisis acerca del problema que plantea el nacionalismo catalán y las posibles respuestas. Recuerdo con envidia aquella escena en la que en un gabinete de crisis inglés sobre Irlanda, la primera medida que toma el político al mando es entregar a todos los participantes un ejemplar de El Napoleón de Notan Hill de G. K. Chesterton, y todavía más: exigir que se lo lean. ¿El motivo? Era el libro favorito de Michael Collins, el líder de los nacionalistas, y era fundamental, explicó, comprender a quién nos enfrentamos. (Preciso que sólo envidio ese gesto, porque la gestión del problema irlandés fue nefasta, y los nacionalistas triunfaron, quizá porque tenían más y mejores lecturas y, sin duda, porque tenían más y mejores razones que nuestros catalanistas.)
Pero, ¿cuántas medidas imaginativas, que se salgan del carril de un monótono positivismo jurídico y de los primos de Zumosol europeos, se barajan? Ya propuse que lo primero que habría que hacer si Cataluña se declarase independiente es cambiarle el nombre a nuestro país: Expaña, porque sin Cataluña no es. Y luego habría que hacer una catarsis política para ver qué nos trajo ahí y corregirlo. Todo el sistema político y sus actores tendrían que hacer un severo examen de conciencia.
Y también deberían estar preparadas una serie de actuaciones que partan del conocimiento de la mentalidad nacionalista. Leer El Napoleón de Notting Hill es, en efecto, una gran ventaja. Allí se defiende un micronacionalismo o, mejor dicho, un micropatriotismo, de tintes feudales y heroicos. En el caso de una hipotética independencia de Cataluña, una obligación poética del Estado sería amparar nuevos referéndums de independencia de las mancomunidades, las ciudades, los pueblos y los barrios con identidad propia, que quieran o bien seguir siendo españoles o proclamar su propia independencia portátil. El argumentario lo tendrían hecho por los nacionalistas catalanes, que no podrían discutirlo sin desdecirse: la voz del pueblo, el derecho a decidir, las balanzas fiscales… Histórica y constitucionalmente la soberanía en España es nacional; pero si entramos en el juego de parcelarla para tomar decisiones particulares, ¿por qué quedarnos en el cortijo de los nacionalistas y no permitir una reforma agraria multicolor de los minifundios soberanos?
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