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En el colegio “La Inmaculada” de Cádiz han abierto un concurso para cambiar el nombre del centro. Van tan en serio que lo han hecho con su buena burocracia, que no falte, sus votos por internet y su Comisión de Cambio de Nombre (sic) y todo. No quieren que el colegio laico tenga nombre religioso.
Estoy en contra, claro; pero no por razones confesionales. Ya deduzco que ahora no es un colegio católico ni mariano. Mi idea ideal de un colegio que se llama “La Inmaculada” es que, al entrar, los alumnos recitasen a voz en cuello: “Que nadie pase este umbral/ sin que jure por su vida/ que María es concebida/ sin pecado original”. El uniforme incorporaría una impecable corbata azul celeste. Y a las 12 en punto sonarían las campanas y se rezaría un Ángelus que ríete tú del de Millet.
Como no es el caso, entiendo un poco a los promotores de la coherencia. Con su rechazo demuestran que la Inmaculada sigue operando. Nadie pide que se cambie el nombre del colegio Menesteo porque va más con los troyanos que con los aqueos en La Ilíada. Para Joubert, el rechazo a la Iglesia era una prueba de su verdad: o se la ama o se la odia, pero no se puede permanecer indiferente.
Yo estoy en contra del cambio por una razón histórica, que deviene pedagógica. Hay que respetar los orígenes. Si en 1972 un grupo de militares preocupados por la educación de sus hijos, encabezados por el capitán Miguel Sibón, fundaron un colegio y lo pusieron bajo la advocación de la patrona de Infantería, eso es sagrado. Por la Virgen para los creyentes, sí, pero por la voluntad de los fundadores para todos. Nadie que se llame José María, aunque haya perdido la fe o no la tuviese nunca, se pone Dionisios en el Registro Civil. Si uno quiere ponerle a un colegio La Internacional, puede fundarlo. O tener un hijo para ponerle Apolo desde el principio.
Trastocando los orígenes no se puede enseñar nada. Es mucho mejor explicar a los alumnos: “Este colegio se llama así porque lo fundaron unos militares preocupados por sus hijos y devotos de su Madre”. Nada más que ahí, bajo el manto de su nombre, ya hay, se sea católico o no, tres o cuatro enseñanzas esenciales: la libertad de educación, la sociedad civil activa, la paternidad responsable, la vocación profesional y la coherencia personal. Si los que votan el cambio de nombre no son capaces de valorar eso, que es su raíz, no merecen que su colegio se llame “La Inmaculada”.
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