La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
El catamarán
ES que hablar de jamones, con la que está cayendo, tiene delito. Y si es antes del almuerzo, peor. Eso no se hace, por muy profesor que sea uno. Un ataque a la dignidad humana en toda regla. Y si además se trata de un niño al que su religión le tiene prohibido comer cerdo, estamos ante un comentario susceptible de convertirse en arma de destrucción masiva. Muy mal, muy mal.
La noticia de la denuncia a un maestro de La Línea por hablar del jamón de Trevélez en su clase ante un niño musulmán parece digna de aparecer dentro de ocho días como inocentada, pero es cierta, la pura realidad de los tiempos que nos han tocado vivir. Una sociedad no puede llamarse cuerda, o sana, o normal, o civilizada, cuando este tipo de cosas pasan y además hay personas que defienden a quienes así actúan, en defensa de no se sabe muy bien qué "libertad" religiosa. Estos son peores que los que denuncian.
Lo sucedido en el colegio de La Línea lo incluye en un guión un director de cine para una película de humor y lo cuelgan (lo lapidan, si se trata de algún país musulmán) por exagerado. Pero no. Es cierto. Ha pasado aquí al lado. Ha pasado en La Línea y es la línea que separa lo admisible.
¿Qué será lo próximo? ¿Que un profesor no va a poder explicar qué país es Suiza si tiene que mostrar su bandera, una cruz blanca? ¿Que un guardia no pueda indicar a una dirección a un budista si está "en el próximo cruce"? ¿Podrá un maestro hablar a sus alumnos de las propiedades de la carne de vaca a riesgo de que haya un hindú entre ellos? Imaginemos el caso al revés. Que un católico que respeta los ayunos de la Cuaresma es destinado a un país árabe y su hijo recibe un viernes una clase en la que el maestro habla de carne. Si el católico optase por denunciar al profesor, ya tenía el pasaporte en la boca y un billete de avión para regresar a su país de origen. Eso si las autoridades son civilizadas, porque es lo que más molesta: que estas lecciones de falsa tolerancia vengan habitualmente de personas en cuyos países no se cumplen las mínimas normas de respeto a los derechos humanos.
En los colegios públicos, a los profesores ya ni se les ocurre montar belenes, esos peligrosos aquelarres en los que se escenifica la guerra y se inculca el odio a los semejantes. Parecían exagerados estos casos, pero han sido superados en poco tiempo por la perversa realidad de una época en la que se le da la vuelta a todo y lo irracional alcanza rango de normal.
Los únicos que tienen que estar encantados son los productores de jamones de Trevélez. Qué 'campañón' gratuito para esta Navidad. Yo me pido uno.
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