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Jordi Pujol gobernó Cataluña durante 23 años gracias a una popularización del nacionalismo que se infiltró hasta en los grandes barrios de la inmigración, las casas regionales de Andalucía comían en su mano y si no se le votaba, tampoco se elegía a la contra, las elecciones autonómicas eran cosa de los catalanes. Se le regalaba la abstención, aunque Pujol nunca dejó de trabajar con constancia prusiana en la construcción de una nación con lengua propia donde lo español quedaba excluido en la irrelevancia. Juanma Moreno no procede del nacionalismo ni tampoco conocemos cuál es su proyecto vital para Andalucía, pero ha sabido envolverse en el andalucismo de la mano de Alejandro Rojas Marcos y flirtear con algunas de sus reivindicaciones históricas, firma convenios para promocionar el habla andaluza y rinde homenaje a la izquierda ochentera cada 4 de diciembre. Toda ideología está al alcance de su mano y no sólo en eso se parece a Pujol, con quien comparte además el pragmatismo y un modo desenvuelto de relacionarse con las clases más populares. No le tiene alergia al contacto físico.
A Juanma Moreno le gusta que le comparen con Pujol, se habla de ello en Sevilla y se insiste en Madrid y en Barcelona, donde se le sigue viendo como uno de los dos sustitutos de Feijóo, aunque el hallazgo político no es fruto de las intuiciones de los analistas, sino obra de Enric Millo, el último delegado del Gobierno que Rajoy tuvo en Cataluña, antes parlamentario de Convergencia y Unió durante siete años y hoy responsable de relaciones internacionales de la Junta de Andalucía.
A Millo le gusta ver en Moreno a un Pujol del sur, en San Telmo siempre hay quien quiere salir de Andalucía montado en la proyección nacional del presidente, aunque conviene tener controlados a esos adelantados y tener siempre presente lo que hizo Máximo Díaz Cano con Susana Díaz, hacerle creer que era tan imprescindible para España que hasta se podía permitir el lujo de dejar pasar antes a un tal Pedro Sánchez, el que no valía, pero les valía.
Pujol escondía sin embargo una cara perversa, él mejor que nadie representaba a esa burguesía catalana que nunca diferenció la política de los negocios y a Moreno, de momento, no se le conocen incursiones en el sector privado. En realidad, Moreno no se parece en nada a Pujol, que además de pragmático era un demagogo insoportable que asfixió a todos los que no le bailaban la sardana, un tipo tan inteligente como prepotente. Lo sustancial de Moreno es esta búsqueda de un ejemplo político, ya sea Pujol o Felipe, que no encuentra en su partido.
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