
El balcón
Ignacio Martínez
Póngale un arancel personal a Trump
Su propio afán
Yo me quejo nada más que de las quejas. Y con esta lluvia no escampan. Me tienen calado hasta los huesos. El personal se ha desatado y no deja un momento de tronar porque llueve. El diario El País lo ha mejorado y protesta porque nos estamos distrayendo del cambio climático.
Para mí, la lluvia es una delicia y sólo lamento (en silencio) no tener un cortijo de 700 hectáreas, para verle los brillos de plata que, indudablemente, tiene el agua. Lo bueno es que así mi alegría resulta más lírica. Me recito a Aquilino Duque: “Ojalá venga el diluvio,/ el diluvio universal/ y se lleve del alcalde/ al último concejal”, y a Ábalos, Koldo y Cerdán.
Se lleve, oh, o no se lleve, ay, lo seguro es lo que la lluvia trae. Este artículo de servicio público viene a recordarlo. Los pantanos estaban secos, los pozos, de pena. Es un poco chocante que a las primeras de cambio, la gente esté imitativamente llorando. Se ve que, para que se llenen los pantanos, tiene que rebozar antes la paciencia de los más neuróticos. Los chistes me parecen bien, si se quedan en la superficie. Los chistes son como charcos, chulísimos para chapotear en ellos o salpicar con el coche. Pero lo alegre va por dentro (en la capa freática).
Si aun así, mi remojado lector, quiere protestar, vale, siempre que cuando llegue la sequía y el calor no proteste también. Es la doctrina de mi abuela materna, que odiaba el frío. Jamás protestaba del calor, porque en esta vida hay que escoger bando y ser consecuente. En los peores días de agosto, si alguien resoplaba de calor, ella preguntaba dulcemente: “A usted le gusta el frío, ¿verdad?”.
La semana que viene seguirá jarreando. Si necesita ayuda para aguantar el tirón, piense en la jarra. Ver llover sobre las viñas es un magnífico recordatorio del milagro de las bodas de Caná, pero hecho por el Padre, con dimensiones cósmicas. Toda esta agua se convertirá en vino.
Si usted es abstemio, todavía le queda la piedad. Christian Bobin escribió: “Nunca maldigo la lluvia, esa hermanita desheredada por el sol”. Yo prefiero el jerez, pero lo de la hermanita tampoco es manco.
Por último, está el método de llegar el último, que yo practico, a mi pesar. Como siempre llego tarde, vivo en tiempos descompensados. Ahora llueve, pero aún estoy en la sequía de antaño, y me alegro. Cuando llegue el sol, todavía andaré por estas cumbres borrascosas, y lo miraré brillar, sorprendido y agradecido.
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