Lluvia

En tránsito

19 de marzo 2025 - 03:04

Los meridionales no estamos acostumbrados a convivir con la lluvia. Hace años, durante un verano irlandés, me ponía mi disfraz de “septentrional lluvioso” cuando salía a hacer la compra: una sufrida gabardina de color arena y un buen paraguas de varillas. En la ciudad –Sligo, patria de Yeats–, la gente se me quedaba mirando asombrada. Creo que hasta me llegaron a hacer fotos, y eso que en aquella época la gente no tenía una cámara en los móviles: quizá pensaban que estaba rodando un anuncio para una marca de gabardinas, o tal vez me tomaban por un peligroso exhibicionista (otra posibilidad era la de un lunático escapado del asilo más próximo). Me llevó tiempo darme cuenta del pequeño escándalo que causaba mi uniforme para la lluvia. Y entonces reparé en que ningún irlandés llevaba paraguas ni mucho menos gabardina. Los irlandeses, acostumbrados desde siglos a la lluvia, salían a la calle con una chaqueta impermeable de pescador de altura y unas buenas botas de agua. Con eso –y la capucha siempre puesta– era más que suficiente. Ningún irlandés cometía la estupidez de llevar un paraguas (inútil contra los vientos del Atlántico) ni de ponerse una gabardina que no te evitaba calarte hasta los huesos.

Cuento esto porque en estos días de chaparrones continuados se nos está poniendo cara de irlandés, aunque nosotros no sabemos qué hacer con la presencia constante de la lluvia. Si descontamos el famoso poema de Machado que nos hacían aprender cuando en las escuelas aún existía el amor por la poesía –“monotonía de la lluvia en los cristales”–, nuestro inconsciente colectivo apenas sabe nada de la lluvia. Y menos aún desde que vivimos largos periodos de sequía en los que el sol sin nubes es nuestra única realidad. En Irlanda están tan acostumbrados a la lluvia que ni siquiera tienen embalses (y lo pagaron caro cuando empezaron a tener problemas de sequía con el cambio climático), pero nosotros vivimos con la angustia permanente de la falta de agua y de las restricciones de consumo. Estos días, claro está, todo eso ha cambiado, y lo único que sabemos es que las lluvias no se van a ir aunque llevemos un mes de lluvia. Y cuando salimos a la calle, angustiados por los ríos desbordados y las carreteras inundadas, nos ponemos ese incómodo uniforme –con gabardina y paraguas– que tan mal nos sienta a todos los meridionales.

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