Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
Afirman los analistas, cuando pretenden ponerse finos, que la política es el arte de lo posible, lo cual equivale a una hermosa y noble manera de ser práctico. En román paladino, sería como decir que los políticos están ahí para arreglar cosas con los medios disponibles o conseguibles. Pero la perversión de esta tesis es mucho más común que su puesta en práctica directa, y muchos de ellos muestran una habilidad inimaginable para lograr cosas imposibles. Por ejemplo: ¿hay alguna manera de salvar lo insalvable? ¿es posible que se mantengan en su puesto algunos cargos que han demostrado su incapacidad, su mal ejercicio o directamente su inutilidad absoluta para ejercerlo? La política práctica ha demostrado, al menos en España, que sí, que lo imposible no existe para según qué cosas y casos.
Atendiendo a lo más reciente, parecía imposible que se mantuviera en su puesto el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, después de tragedias, si no imputables directamente a él sí bajo su responsabilidad, como las de la valla de Melilla o el asesinato de dos guardias civiles en Barbate; se nos antojaba insostenible que la ministra Irene Montero fuera mantenida en el Gobierno tras el doloroso fiasco de la ley del ‘sólo sí es sí’, y hubo que esperar a unas elecciones generales para verla fuera; aún no comprendo cómo Yolanda Díaz no ha hecho ni siquiera un amago de autocrítica por el nombramiento de Íñigo Errejón como portavoz de Sumar…
Y lo último que demuestra que la política consigue cosas que sólo nos atreveríamos a pedir al genio de la lámpara, es la permanencia de Carlos Mazón, campeón de la incompetencia y la inhibición, al frente de la Generalitat. El milagro se completa de la mano de la dirección del Partido Popular, que es capaz de desautorizarlo de facto a la vez que apoya su continuidad, y sin embargo considera que es fundamental para hacer las cosas bien y ser justos echar a Teresa Ribera de sus aspiraciones (y las de España) en Europa. Ni el gran Juan Tamariz osaría intentar ese truco y que le saliera bien, pero no podemos comparar al mago del ¡tatatatachaaaaan! con el Gran Feijóo, aspirante a Merlín que está a punto de conseguirlo con el apoyo inestimable de los seres del lado oscuro continental, ese que queda por Bruselas, según se entra, a la ultraderecha.
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