El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Su propio afán
MUCHOS de nosotros estaremos muy de acuerdo en que el debate lo ganaron los que no fueron. No es casualidad. Por los debates que llevamos vistos, es ley. El primero lo ganó Rajoy, como sostuve aquí, porque no se presentó. Éste, Albert Rivera y Pablo Iglesias a los que, cuando los entrevistaron después, se veía exultantes. Y más: se les veía crecidos. Y más aún: casi hermanados.
La ley inexorable del debate-debacle reza, por tanto: "Los debates los pierde quienquiera que los hace". Esto no hará que no se celebren. Y menos en una sociedad del espectáculo como la nuestra. Pero sí nos explica las resistencias para acudir de quien lleva alguna ventaja en las encuestas y tiene, en consecuencia, más que perder. A partir de ahora, deberíamos entender mucho mejor esas resistencias. Aunque haya que vencerlas, desde luego. A la política se va a dejarse la piel y es un ejercicio más duro de lo que parece. El poder siempre deja bastante mal parados a los que lo pretenden. Y eso es bueno que lo palpemos los políticos y el pueblo.
En cambio, me parece altamente alarmante un tic que he descubierto en los perdedores principales. En el debate a cuatro, el que salió peor fue Pedro Sánchez y enseguida gastó la broma de mal gusto acerca de su altura, apuntando a diestro (Soraya) y a siniestro (Pablo Iglesias) que, en realidad, le habían pasado por encima. Tuvo el poco estilo de presumir de envergadura física, pero el peor aún de arrogarse metafóricamente más altura política.
No porque la altura de miras sea mala en sí, qué va, sino porque se está tornando el último refugio de los perdedores. En este mismo sentido, hablaba el doctor Johnson del patriotismo como el último escondrijo de los sinvergüenzas. No es que el patriotismo tenga nada censurable. Todo lo contrario: como lo tiene de bueno, allí corren a excusarse los pillos. Igual está pasando con esto de la altura. La de Pedro Sánchez en el otro debate.
Y en éste la de Rajoy, que fue el que quedó peor de los dos. Y el que salió acusando (naturalmente) a Pedro Sánchez de golpes bajos y de no haber estado a la altura. Que no lo estuvo, pues se le fue la mano. Pero debe inquietarnos que la altura moral se convierta en el premio de consolación de los debates, en el pañuelo de lágrimas de los decepcionados, en la última excusa. Ese tic advierte con una luz indirecta los niveles tan bajos donde se mueve y se gana la política española.
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