Lo de Málaga

Su propio afán

Los optimistas tenemos que soportar muchas sonrisitas de desdén de los pesimistas. No importa: para eso somos optimistas. Y aunque es más pesado, tampoco es tan terrible cuando te explican que una cosa es la esperanza, virtud teologal donde las haya, y otra el optimismo, metadona, versión infantil o secularizada de lo mismo… Pues claro que son cosas distintas, pero más distintas aún y tanto que no son contradictorias, les explicaría uno si no temiese deprimir más a los pesimistas. La esperanza consiste en creer que, aunque todo vaya fatal, al final tendrá sentido y será para la gloria de Dios. Amén. Eso lo puede creer igual el optimista. La esperanza no exige que todo vaya de pena, como piensa –como era de esperar–, el pesimista.

Hago el preámbulo porque voy a hacer un ejercicio de optimismo, con lo mal visto que eso está. A veces las cosas salen bien y hasta hay algunos políticos que trabajan por el bien común. El caso más palpable es lo de Málaga, una ciudad que hemos visto crecer en tamaño, en prestigio, en economía, en dinamismo y hasta en belleza en un puñado de años.

Tendría que escribirse un ensayo explicando la fórmula y el proceso en todas sus dimensiones, centrándose en la sinergia entre mejoras culturales, económicas, urbanísticas, etc. Se partía de unas grandes oportunidades de base: el clima, la historia, el mar, etc. Pero además se han hecho las cosas bien, y de forma muy integral. El Puerto también partía de grandes oportunidades, y ya ven. Por ceñirme a lo que sé, la cantidad de escritores que hay en Málaga haciendo cosas al máximo nivel (poesía, aforismos, novela, articulismo) es asombrosa.

Subrayemos, además, que se ha hecho desde la humildad y la simpatía. Uno va a Málaga y nadie te echa en cara lo bien que ellos están, sino que te hablan de lo que les gusta Cádiz y de lo bonita que es la feria de Jerez. Qué poco ombliguismo, encima.

De ese libro que anhelo me interesaría sobre todo el espíritu, esto es, lo que no se consigue sólo con inversiones, sino creando –con tanto esfuerzo como talento– una especie de estado de gracia comunitario donde cada cual en lo suyo lo hace bien y es generoso con lo de los demás. Y eso no se consigue sólo con obras públicas. Se necesita optimismo (con perdón), entusiasmo, ganas, fe en ellos mismos, etc. La esperanza no la perderé jamás, D. m., pero eso no es incompatible con una pizca de optimismo. Málaga lo alienta.

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