Los males del mal

Cuarto de muestras

24 de marzo 2025 - 03:04

El mal, lo feo, lo sórdido han ido ganando prestigio en esta sociedad anestesiada que se muestra demasiadas veces indolente ante el dolor ajeno. Ganan prestigio los malos en las películas, los antihéroes de las novelas, los hijos pródigos que vuelven una y otra vez a casa con exigencias y reproches al viejo padre cansado. Se busca una razón, una enfermedad, una excusa, para todo aquel que comete un crimen como si no existiese la voluntad consciente y deliberada de hacer el mal. Preferimos pensar que no hay gente mala sin remordimientos, que quien ha causado un mal a otro lo hace sin conciencia de hacerlo o por enfermedad. Se le ceden micrófonos, pantallas, seriales de televisión, entrevistas en exclusiva, biografías en las que se detalla la forja del criminal. Escudriñamos sus vidas en busca de una justificación tan inútil como su crimen. Se culpa siempre al entorno: a los padres y profesores que de niño no le dieron el cariño suficiente para hacerlo bueno, a la pareja que no supo quererle, a la propia vida que no consintió sus caprichos y lo arrastró a una existencia de miseria moral y malos hábitos. Al morbo le llamamos información. Asistimos en directo al testimonio del criminal en juicio que, en el banquillo y de espaldas, siempre parece pequeño e inofensivo, vulnerable. Escuchamos fascinados su relato de desvergüenza y hasta sentimos cierta simpatía ante su desparpajo. Le damos tratamiento de víctima del propio mal que inflige.

Si el caso es de corrupción y picaresca nos divertimos con el listado de amantes, de cuentas en el extranjero y de facturas en restaurantes caros. Esa cumbre de exceso y ordinariez a la que son tan aficionados los políticos ladrones capaces de comprar tan barato a empresarios viles. Nunca he comprendido la extraña relación existente entre los animales disecados, los mariscos y los especialistas en mordidas. Lo del hermano del presidente ha quedado como una de esas actuaciones cómicas que se reproducen hasta la saciedad en el programa “Cachitos de hierro y cromo”. Lejos de cabrearnos produce hilaridad.

Así, el mal en todas sus expresiones, dulcificado como espectáculo de masas, se ha convertido en un bien de consumo sin que reparemos apenas en los que nos tragamos. Una nueva banalidad que da pavor.

Si estuviera en una terapia de grupo para curarme del morbo ahora mismo me pondría en pie y confesaría: Soy Carmen Oteo y ya de jovencilla me quede pegada a la tele escuchando a Rafi Escobedo lloriquearle al Loco de la Colina en la cárcel de El Dueso. Días después él se mató y yo sentí un sucio remordimiento.

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