Mamarrachos con sueldo público

La aldaba

03 de enero 2025 - 03:04

Hablarle a Broncano y Lalachús de Cicerón es echarle margaritas a esos animales de cuyas patas disfrutamos estos días una vez que se ha manejado el arpa con pericia. Lo peor no es que los dos presentadores de la televisión pública se burlaran del Sagrado Corazón de Jesús en horario de máxima audiencia. Las ofensas entran dentro hasta del salario mínimo interprofesional, que no es precisamente el que cobran estos dos andobas. Los hombros hay que tenerlos anchos, pero nada obliga a tener la lengua amarrada. Escandalizan lo justo y aburren mucho. Lo penoso es que sean pagados con dinero público y que recurran, otra vez, a la Iglesia para llamar la atención, provocar, captar audiencia y hacerse oír. ¿De verdad que no hay otros recursos? Siempre hemos admirado a Gila por su capacidad de generar buen humor sin ofender a nadie. Broncano y Lalachús tenían un repertorio amplísimo y están sobrados de ingenio como para no pisar la raya de picadores (dicho sea con permiso de Urtasun) de incurrir en la ofensa facilona. No tienen lo que hay que tener para hacer una gracia similar con otras confesiones religiosas. Les falta valor, por decirlo finamente. Debe ser que así es como se promueven los valores de la concordia, el entendimiento, el diálogo interreligioso y la convivencia entre personas de distinto credo en una España moderna donde cabemos todos. Deber ser que así se cumplen los estatutos del ente público. Cuando llega la pandemia y otras desgracias llamaremos a las puertas de organizaciones que atienden, dan de comer, procuran techo y ayudas muy diversas a quienes lo necesitan. Cuando pasen las campañas de Navidad seguirán las colas diarias en cientos de entidades benéficas. Y, oh casualidad, la inmensa mayoría de esas asociaciones, como se comprueba en cientos de reportajes, son de la Iglesia de la que estos dos ignorantes se mofan gracias a la libertad de expresión y a que los demás jamás nos pondremos a su altura porque no nos gusta el olor a pinreles. Las imperfecciones de la Iglesia, los errores, los garbanzos negros y otras irregularidades, ni quitan un sólo mérito a su labor ni dan derecho a la burla. Muy fino ha estado el arzobispo Saiz al recurrir a un grande de la oratoria como Cicerón. Merecerían el desprecio y ninguna atención si no fuera porque se trata de la cadena pública. Que ni ellos ni sus seres queridos necesiten nunca de las organizaciones de la Iglesia que consagran su vida a los demás, porque pasarán una vergüenza que no se la deseo. Y que no duden de que serán atendidos. Solo los grandes maestros hacen humor sin herir. Los mamarrachos hacen lo propio. Mamarrachadas.

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