Manolo sueña con bocatas

El mundo de ayer

17 de enero 2025 - 03:04

Hay un documental de hace unos años sobre un señor muy mayor, Jiro Ono, que tiene un restaurante de sushi en el metro de Tokio. Jiro sueña con sushi, se llama. El hombre no hace otra cosa que preparar nigiris como si no hubiera un mañana y como si no hubiera un ayer, porque es como si cada montoncito de arroz que pasara por sus manos fuera el primero y el último. Se pasa un pincel con salsa de soja por la palma de la mano, acuna el arroz en ella, coloca la lámina de salmón o atún o de lo que sea, y le da vueltas con dulzura, aplicando una leve presión con el índice y el corazón juntos, como si estuviera bendiciendo, como si en su mano durmiera entonces un pájaro herido.

No recuerdo bien si desde su puesto en el restaurante se veía el exterior del local, el trajín de tokiotas yendo de un lado a otro en la ciudad más poblada del mundo, cruzando la puerta o la ventana por la que observara la vida, siempre desde el mismo punto, como un tableau vivant de una obra complejísima y nunca terminada.

En Sevilla no tenemos nada parecido a eso en el metro, principalmente porque un puesto de calentitos lo convertiría en el Londres de Dickens. Pero hay una esquina en Los Remedios, entre Padre Damián y Madre Rafols, que es lo más parecido en espíritu que se puede encontrar al restaurante de Jiro en nuestra ciudad: Bocatas Manolo.

En un local pequeñito, dividido en dos por una barra, un hombre lleva media vida abriendo panes, colocando lonchas de queso, jamón york, salchichas y cochinito, metiéndolos en el horno y envolviéndolos en papel. En la pared hay una foto con Sergio Ramos, y un marco con una frase: “En Sevilla, la Giralda, la Torre del Oro, y los bocatas de Manolo”. Algunos de esos bocadillos me los puso a mí. Entonces había también una mujer, delgada y de voz ronca, y era un rito decir esos nombres –un Titanic, un Roquefeller, un Mary Poppins– y sentarse en el parque don Otilio, o comernos con amigos esos panes crujientes bañados en mojo picón. Se me caen las lágrimas de acordarme.

Hay personas que no hacen otra cosa que la misma de ayer, y son cosas sencillas que alegran la vida. Desde su puerta, ahí fuera, se ve pasar a niños y padres del Santa Ana, a feligreses de la Parroquia, a universitarios yendo o viniendo a coger el bus, y es desde ese punto donde Jiro y Manolo confluyen, son ellos lo mismo y nosotros lo mismo, como si Sevilla fuera un Tokio chiquitito, ardoroso y húmedo donde alguien sueña con panes y, como en las parábolas de la Biblia, los reparte al mundo.

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